Poblado el lugar desde épocas remotas, Garrovillas, que toma la adjetivación de Alconétar (“el puentecillo”, en árabe) por el que durante la romanización allí se erigiese, ocupa un lugar estratégico para dominar el Tajo por la Vía de la Plata. Repleta de monumentos mejor o peor conservados (amén de su magnífico órgano renacentista), uno subyuga de modo especial al visitante: su extraordinaria plaza mayor. Baste recordar cómo sobresalía su imagen (véase el catálogo) en los paneles de la muestra “Arquitectura sin arquitectos” organizada por Bernard Rufodsky en el MOMA de Nueva York (1964).
A la localidad cacereña llegaba años después (1976) un equipo de profesionales de la televisión francesa para rodar el capítulo dedicado al Tajo de la serie Grandes Ríos del Mundo. Al frente del mismo venía un personaje singular, Carlos Vilardebó (Lisboa, 1926-Aubais, 2019). Para entonces, era ya un cineasta reputado, especialmente reconocido como director de cortos. Uno de éstos, La petite cuillère (La cucharita), obtuvo la Palma de oro del Festival de Cannes 1961 y fue premio especial del jurado en 1971 por Une statuette.
Los expertos elogian también su película Las islas encantadas (1964), con la intervención de la extraordinaria fadista Amalia Rodrigues. Lo cierto es que Viladerbó había emigrado a Francia muy pequeño y apenas sabía entenderse luego en portugués. Los autores del libro que reseñamos ofrecen una muy detallada documentación sobre la extraordinaria filmografía del artista.
Experimentó tal flechazo ante la belleza de Garrovillas, el paisaje y el amable trato de la vecindad, que decide afincarse allí, apartándose del ajetreo de su profesión y sumiéndose voluntariamente en un silencioso retiro. Compra casa, que cambia por diseñada y construida según sus gustos en la calle Vega, con huerta y jardín, donde permanecerá durante casi cinco lustros sin apenas salir más que a pequeñas compras y largos paseos por los alrededores con Darwin, su perro. Casi nadie lo conoce. Ni siquiera saben cómo se llama ni, mucho menos, la carrera profesional que ha desarrollado. Se convierte en “el francés”, anónimo, amable, pero silencioso. Ha cambiado la cámara por los pinceles, creador de magníficas acuarelas, que poquísimos llegaron a ver hasta que accede a exponerlas en Cáceres (Cáceres, Caja de Extremadura, 2022. Se hizo catálogo).
Fungidor de la muestra fue otro garrovillano de adopción, José Julián Barriga Bravo, quizás el único amigo del francés en aquel pueblo. El periodista lo evocaba en varios pasajes en su libro Calleja del Altozano. Memorias de un lector inexperto (Madrid, Beturia, 2012). Los reproducen los autores de esta pequeña bibliografía, que sin duda habrá de completarse en tiempos próximos.
Marta Hazen y Juan Rodulfo, que comprasen la casa de Vilardebó, se han esforzado por reunir los datos más significativos del personaje. El libro lleva prólogo de Antonio Gil Aparicio, director de Medios Audiovisuales y Filmoteca de Extremadura, quien insiste en sostener que fue “un cineasta interesado en la antropología, en la interacción del hombre con el medio que le rodea y en la aparición de formas de vida condicionadas por esa interacción…”. Lo mismo se percibe en el apunte de Charlotte Slovazk y en los propios textos y entrevistas con Vilardebó que se reproducen.
Y, silenciosamente como decidió quedarse, tuvo a bien irse, afincándose en Aubais, otro pueblo del Rossellón galo, donde fallecería. El obituario que José Julián Barriga suscribe en Alkonetara y aquí se recoge, no puede resultar más conmovedor.
Marta Hazan y Juan C. Rodulfo, Monsieur Carlos. Tras los pasos de Carlos Vilardebó, “el francés” de Garrovillas. Garrovillas de Alconétar, Asociación Cultural Alconétar, 2024.