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Manuel Pecellín

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LUIS LANDERO: LA ÉPICA DEL FRACASO

 

Críticos, estudiosos y lectores se muestran unánimes en considerar a Luis Landero (Alburquerque, 1948) como uno de los novelistas más sobresalientes en lengua castellana. Al extraordinario dominio del lenguaje suma ese don para escudriñar los pliegues más íntimos de las realidades cotidianas, el toque mágico de sus percepciones y dosis de bonhomía entre tierna e irónica ante las debilidades humanas. Son virtudes perceptibles en todas sus entregas, ya tan numerosas, desde la fantástica Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa 1990) hasta La última función.

El rasgo dominante en sus protagonistas, casi siempre personas humildes, ha sido el afán,un decidido empeño por alcanzar metas superiores a las que las realidades parecen destinarlos. Ascender en la escala social, situarse un escalón por encima de sus familiares o amigos. Ahora es el fracaso lo que los marca. Ninguno de los que pueblan estas páginas admirables parecen haber superado las expectativas que alguna vez los animaran. Tampoco en San Albín, el pueblecito donde se enmarca la historia, llegará a consolidarse el prometedor futuro auspiciado por el gran acontecimiento que se cuenta. (¿No fue ése el transcurso existencial de D. Quijote desde las ilusiones caballerescas del inicio a las derrotas finales? Nos lo preguntamos a propósito del novelista extremeño, tan reconocidamente “cervantino”),

Se trata de una extraordinaria función teatral, en el que todos los vecinos van a representar una antigua leyenda, Milagro y Apoteosis de la Santa Niña Rosalba, confiados en las felices repercusiones del espectáculo cara a un turismo apto para revitalizar aquel pueblito ya casi vaciado de la sierra de Madrid. Imagina, monta y dirige el drama popular Tito, un vecino que acaba de regresar tras frustrarse como abogado, gestor, poeta, rapsoda y, sobre todo, actor por medio país. Dueño sobre todo de unos registros vocales increíbles, que ya al maestro de su escuela ilusionaron, ha ido dando tumbos profesionales, tras pequeños éxitos, hasta recalar ya cuarentón en San Albín.

Por puro azar, al equivocarse de tren, hasta allí ha llegado la aún joven Claudia, tal vez huyendo de un marido tan fracasado como ella misma (que trabaja en un taller de embalaje, tras la ruina de su negocio). Por arte de Tito, acepta encarnar en el escenario a la Niña Rosalba. Al éxito de la función –que nunca volverá a montarse – contribuyen otros malheridos por fortuna, como el melancólico atrezzista Galindo; Andrés Cruz, que de posible filósofo se ha quedado en jefe de la estafeta local y aspirante a escritor, o el antiguo maestro de Tito, al que corroe su espíritu escéptico.

En este relato coral, Landero concede la voz del discurso a los relatores o memorialistas, personas de la vecindad que habían tratado a todos los participantes en la aventura dramática y conocieron los detalles de la misma. Ocasionalmente, otorga la palabra a algunos de los personajes, marcándola con las oportunas comillas. Pone a menudo en boca de los mismos consideraciones sobre la condición humana, el quehacer literario o el sentido de la vida, lo que nos remite nuevamente a Cervantes, así como el declarado propósito de “allanar y dilatar” el relato. Así se percibe, sobre todo, en las pausadas, minuciosas descripciones de los acontecimientos más simples, como una comida, el paseo por ciertas rúas o campos, las vestiduras de mujeres y hombres, etc.

Según acostumbra, Landero se sirve de materiales narrativos allegados del paisaje, paisanaje e incluso léxico de Alburquerque.  Allí existe la barriada de San Albín; entre sus habitantes abundan apellidos aquí utilizados (Maya, Robles, Cano); se viene editando una revista local (Alcazaba, aquí El Alamín) y vive sangrada por la diáspora permanente de la emigración. Hasta este precioso lugar de la Sierra de San Pedro llegaba cierta vez un forastero, Tito, singular hombre de teatro, que se implicó estrechamente con las actividades culturales de la hermosa villa con imponente castillo medieval.

 

 

 

Luis Landero, La última función. Barcelona, Tusquets, 2024.

 

 

 

 

 

 

 

 

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