Pocos extremeños de la diáspora, tan arraigados muchos de ellos al terruño pese a la emigración, como Alonso Carretero, natural de La Morera (1952) y residente en Madrid. Así lo demuestran sus numerosas publicaciones (La Reina de los bucles de ceniza, El crimen de Santa Marta, El viejo que se echó al monte o Mi pequeño Ganges, novelas excelentes, todas enmarcadas en ese territorio montuno, limítrofe con la feraz Tierra de Barros, donde vio la luz primera). Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense, trabajó para una multinacional americana en investigación de mercados y tareas de import-export. Se pasó después al campo de la publicidad y el periodismo como agente libre. Tras jubilarse, decidiría cultivar intensamente la literatura, por lo que se declara autor tardío. Inicia su carrera como novelista en el género erótico, con El Loren, la puta y el coronel (2000) y El señorito de El Garlochí (2001), para pronto a otras instancias, inclinándose más cada vez hacia los paraísos perdidos, nostalgia que le conduce inevitablemente al mundo de su infancia, sin omitir la crítica social y las reflexiones antropológicas, según se percibe en las novelas que más arriba cité.
El mismo entusiasmo por Extremadura (generoso, pero crítico) alentó siempre en la persona y obras de José Iglesias Benítez (Villalba de los Barros, 1955-Madrid, 2020), el poeta malherido por el COVI y cuya muerte seguimos sin olvidar.
Ambos convivieron en el internado de Santa Ana (Almendralejo), estudiantes aún casi adolescentes, donde se fundamentó una amistad que perduraría hasta que la Parca la interrumpió. Al menos, de forma presencial, porque aquellos lazos juveniles sobreviven. El non omnis moriar de Horacio podría repetirlo el difunto de conocer esta obra a dos manos de dos “gemelos de tinta”, según gustaban reconocerse.
Palomas mensajeras. Cartas de ida y vuelta, con prólogo de otro extremeño militante, Theo Acedo Díaz, es un conjunto de epístolas cruzadas entre los dos amigos escritores con aspiración a que algún día saliesen al público. Es nota que impregna forzosamente los textos, marcados por una rotunda (y conseguida) voluntad de estilo.
Según declara Alonso C., el proyecto arranca después de coincidir en una conferencia en la RAE (enero de 2020), donde se celebraba el centenario de la muerte de Galdós. Hacía poco que se habían reencontrado, tras lustros de separación por razones profesionales. Aquella noche “galdosiana” decidieron contarse el curso de sus vidas en la década de los setenta, años del tardofranquismo y la transición democrático, que los dos vivieron intensamente. Fue su plan enviarse una veintena de cartas, metiéndose en la piel de los adolescentes y jóvenes que un día ya remoto fueron. Lo ejecutaron con escrupulosidad, aunque la prematura desaparición de Iglesias impidiese que se prolongara a la década posterior, según también habían proyectado.
Tras culminar el bachillerato, Isidro Villa, el poeta, refiere desde Ilargia (Villaba), Colmenar (Almendralejo), Batalia (Badajoz) y otros lugares sus experiencias, lecturas, amoríos, estudios, rebeldías y demás vicisitudes vitales a Pablo Acevedo, que corresponde en el mismo tono desde Bilbao y Madrid, donde combina trabajos diferentes con las clases en la Universidad (si no se remonta a vivencias infantiles). Tal vez por la necesidad de retrotraerse a épocas ya lejanas, la memoria no resulte del todo fiable y les induzca a focalizar en años anteriores parte de lo que vivirían posteriormente. Acaso los dos “jóvenes” corresponsales adelantaban aprendizajes, gustos, denuncias sociopolíticas, nostalgias, opiniones y actitudes que sin duda sí mostrarían después. Por poner un ejemplo, extraña el conocimiento de Pessoa ya en el temprano julio 1974 (pág. 117).
Pero lo que más atrae nuestra atención es la extraordinaria calidad de la prosa de ambos escritores, fomentada sin duda por el deseo de verse algún día en letra impresa. Uno y otro aman el lenguaje con pasión y se trasmiten cadenas de términos aprendidos casi en la cuna, que a ellos les llenan de imágenes y sensaciones primerizas. Le funcionan algo así como lo que Benveniste llamó “palabras testigo”. Saben que pertenecen a una cultura agroganadera y en trance de absoluta desaparición.
La dama que facilita el reencuentro y las lecturas comunes es fruto imaginario, pero aporta un picante sabroso.
Alonso Carretero Caballero y José Iglesias Benítez, Palomas mensajeras. Cartas de ida y vuelta. Madrid, Liber Factory, 2024.