En agosto de 1992 se produjo un acontecimiento para todos los amantes de la literatura. Sucedió en Barcarrota, donde la piqueta del albañil Antonio Pérez Ramos echó abajo la pared tras la que se ocultaban diez libros, un manuscrito y un amuleto impreso, en los que se conjugan idiomas distintos (castellano, latín, portugués, italiano griego y hebreo).
Después, gracias a las labores de Fernando Serrano (+), sabríamos que el dueño de estas joyas bibliográficas fue Francisco de Peñaranda, galeno llerenense del XVI. Fichado por la Inquisición a causa de sus orígenes judeconversos, estudió Medicina en Salamanca y, según Luis Garraín, ejercía en Barcarrota al menos desde 1538. Cuatro lustros después, temeroso, huye a Olivenza, entonces lusa. Pero antes de partir, decide ocultar los ejemplares de su biblioteca que el temible Tribunal había prohibido. Son los que hoy conocemos como la “biblioteca de Barcarrota” y se guardan en la general de Extremadura (BIEX).
Merced a las gestiones de la Editora Regional (ERE), habían ido viendo la luz, impresos facsímiles y con estudios introductorios a cargo de reconocidos especialistas, el Lazarillo, el Tricasio de Mantua (tratadito misceláneo), la Lingua de Erasmo, la Cazzaria (un texto erótico), Alborayque (libelo aljamiado), la Oraça da Empardeada y la Confusione della Setta Machumetana.
Felizmente, acaba de reanudarse el proyecto editorial con la reaparición de la publicada en su día (Lyón, 1528) como Precationes aliquot celebriores, e sacris Biblijs desumptae, ac in studiosorum gratiam lingua Hebraica, Graeca, & Latina in Enchiridij formulam redactae (Algunas plegarias más frecuentes, extraídas de la sagrada Biblia y reunidas en forma de pequeño manual en hebreo, griego y latín, par beneficio de los estudiosos).
César Chaparro asume con su sapiencia el estudio y traducción de esta curiosísima entrega, a la que adjunta abundantes notas explicativas. Los textos del exrector de la UEX, catedrático de Latín, más los originales vertidos al castellano, constituyen un volumen de 144 páginas de formato menor (10.30 x 7.30), el mismo en que aparece el facsímil, éste con encuadernación de piel. Ambos se ofrecen en una caja de cartoné, formando un gracioso conjunto. Las labores del doctor Chaparro nos parecen de extraordinario interés para la contextualización, análisis y lectura en español del librito que un día publicase en su imprenta de Lyón (sospechosa de sacar otros muchos afectos a la Reforma luterana) el francés Sebastián Grifio (S. Gryphe).
El opúsculo, similar a otros de la época, compuesto con intenciones pedagógicas para aprender las lenguas bíblicas, aparte el servicio religioso, ofrece en columnas sinópticas (latín, griego y hebreo) un conjunto de oraciones cotidianas (entre ellas el Pater noster, Credo, Ave Maria y Magnificat); los siete Salmos penitenciales del Antiguo Testamento; pasajes de los Libros proféticos, concebidos como plegarias, del Éxodo (decálogo de Moisés) y del evangelio de San Juan, más seis oraciones tomadas literalmente de otros libros veterotestamentarios.
Para la versión castellana de las Sagradas Escrituras, Chaparro ha tenido el buen gusto de elegir la que Casiodoro de Reina (Montemolín, c. 1520- Fránfort, 1549) propone en su Biblia del Oso (Basilea, 1569). Según se sabe, fue la primera que apareció completa en nuestro idioma y, con leves retoques a cargo de otro heterodoxo extremeño, Cipriano de Valera (Biblia del Cántaro), es la utilizada por las comunidades hispanoparlantes adeptas a la Reforma hasta hoy.
¿A qué atribuir la prohibición inquisitorial de obra en apariencia tan inocente? Se insinúan posibles razones. Según adelantamos, el editor de la princeps no era aquí muy fiable. Autores inquietantes como Erasmo había dado a luz otras obras parecidas. Además, en ésta los textos bíblicos en latín se sacan de Sanctes Pagnini, un judeoconverso discípulo de Savonarola y cuya versión, abiertamente opuesta a la tradicional Vulgata, tampoco agradaba en Roma (Montano incluiría las dos en la Políglota de Amberes); la “verdad hebraica” resulta igualmente incómoda para los eclesiásticos más tradicionales y, por último, Gryphe introdujo ciertos cambios sospechosos en algunas oraciones. Por ejemplo, como Chaparro bien señala, en el Avemaría eliminó “ruega por nosotros, pecadores”, silencio más acorde con la tesis luterana de que Jesucristo es nuestro único salvador.
De cualquier forma, el miedo y la sagacidad de Peñaranda pondrían a salvo un ejemplar que dormiría largos siglos tras los muros de una casa (se conocen otros en distintas bibliotecas, v.c. la municipal de Cáceres). Lástima que la tirada de la nueva, exquisita edición se quede tan corta (140 números). Al menos, los curiosos pueden leerla en la red gracias a “Ciconia. Biblioteca digital del Patrimonio cultural de Extremadura”.
Plegarias Bíblicas. Estudio, traducción y notas (de) César Chaparro Gómez. Mérida, ERE, 2024.