Nacido (1946,) criado y residente en Badajoz (si se exceptúan sus años de estudios en la Universidad de Salamanca), Emilio Vázquez es una de las personas más conocidas y respetadas de la ciudad pacense. Sus labores como profesor y directivo de entidades múltiples, ahora culminadas con la presidencia de la Fundación CB, junto a un carácter apacible y generoso, le han merecido el respeto, cuando no la amistad, de tantos como han tenido la fortuna de tratarlo.
Emilio V. nos hizo una pequeña demostración de sus aficiones literarias al escribir Cañada de recuerdos. Historias de un niño de la orilla derecha (Badajoz, Diputación, 2004), obra de evidentes argumentos autobiográficos. En el domicilio familiar de la Cañada de Sancha Brava, próximo al río, pasó sus años infantiles y se le forjó el carácter rodeado de una auténtica tribu: padres y doce hermanos. Aunque sean textos ocasionales, los preámbulos a tantas publicaciones de CB muestran también que el gusanillo de la creación no le es ajeno. Bastaría recordar el que puso a otra obra semejante, La vida en los patios de Santa Marina. Recuerdos de infancia (Badajoz, 2018), de Lorenzo Blanco Nieto, con quien más tarde compartió vivencias en aquel barrio donde “las familias, casi siempre muy numerosas, criaban a sus hijos con admirable esfuerzo multiplicando las horas y los empleos. Fue un núcleo de desarrollo social y comunitario donde lo primero y principal era salir adelante. Era un barrio de puertas y corazones abiertos. Que olía a cocido cotidiano, infiernillos de petróleo y goma de zapatos gorilas. Los hijos de estas casas estaban obligados a cumplir la consigna de estudiar y prepararse para que el futuro de un pueblo fuese una realidad. Los patios de Santa Marina siempre estuvieron llenos de niños y niñas que durante toda una vida crearon lazos eternos de amistad en una burbuja de color, alegría y cariño”.
Tras un lustro de trabajo de investigación, rebusca por los archivos familiares, hemeroteca de la RSEAP, conversaciones con personas relacionadas, más los esfuerzos de lima para pulir el estilo, entrega ahora un relato complejo, de cuidada prosa, extraordinariamente atractivo.
El practicante es, en primer lugar, la biografía de Santiago Vázquez Rando, hombre admirable por conceptos múltiples, cariñosamente revelados por quien, de ninguna manera, estaría dispuesto a suscribir la fórmula freudiana, aunque fuere sólo retórica, de “matar al padre”. Lo intentaron incluso físicamente con él algunos empecinados en el ensangrentado Badajoz de la guerra civil española 1936-39. Si no lo consiguieron fue porque el maestro (Normal de Badajoz) reconvertido en practicante (Universidad de Madrid), presidente de las Juventudes Socialistas, más afín a la línea democrática de Julián Besteiro (se reproducen epístolas cruzadas entre los dos) que a la revolucionaria de Largo Caballero o Indalecio Prieto, tuvo decididos valedores: Agustín Carande, falangista; Alcaraz y Alenda, obispo; Alejandro Encinas de la Rosa, célebre médico, que llegó a ocultarlo en su propio domicilio … y otros muchos. No obstante, Santiago V., que abandonó el PSOE como protesta contra la revolución Asturias (1934), donde se hizo presente, sufriría cárceles y una depuración que le impidió de por vida recuperar su puesto en el Hospital Provincial. El minucioso relato de tantas vicisitudes constituye una auténtica etopeya (“descripción de los rasgos morales y psicológicos de una persona que permiten la comprensión del personaje como su personalidad, costumbres, creencias, sentimientos, actitudes y cosmovisión”). Sin olvidar la figura materna, Dolores Guerrero, mujer admirable por todos los conceptos, de fuertes convicciones religiosas, con quien Santiago casó en La Puebla de la Calzada (1930).
Aunque los indudables protagonistas de El Practicante sean ambos esposos, estamos ante una novela coral, que nos aproxima a otras personalidades pacenses con los que mantuvieron estrechas relaciones. De todo ellos sobresale quien más influyó en Santiago, Narciso Vázquez Lemus, el prohombre del socialismo en Extremadura (Badajoz, 1847-1932). Sus dos hijos, Narciso y Augusto Vázquez Torres, así como otros muchos correligionarios (Rubén Landa, Pimentel y Donaire, Regino de Miguel, Sinforiano Madroñero, Eladio López-Alegría, Pedro Rubio, Nicolás de Pablo…) ocuparán numerosas páginas. Pero no faltan referencias a gentes humildes, como Guadalupe, Juliana y su habla dialectal, “El Cresta”, el solidario y discretísimo barbero, o el híspido comunista “Bocanegra”.
Por todo ello, El practicante es también una novela histórica, que ofrece abundantes y bien documentadas noticias sobre los años 20 y 30 del pasado siglo en la capital del Guadiana, escenario de tantas luchas, sufrimientos y represión sin piedad. Época extraordinariamente convulsa, por razones socioeconómicas y culturales, el autor no nos ha querido ahorrar detalle alguno, aunque procurando no caer en actitudes dogmáticas, condenatorias, ni maniqueas. Y, si bien las cosas no estaban para muchas frivolidades, no faltarían diversiones (ferias, carnavales, corridas de toros, bailes, teatros) aquí cálidamente evocadas. Para mayor atractivo, cada capítulo de la obra se presenta bajo el conjuro de alguna película clásica, tan cinéfilos padre y biógrafo.
Emilio Vázquez Guerrero, El Practicante. Badajoz, Fundación CB, 2025.