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Manuel Pecellín

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JUANA DE AUSTRIA, NIÑA

La homonimia puede producir equívocos lamentables, como la de ocultar a uno de los designados o atribuir a cualquiera de ellos notas pertenecientes a otro. Así le ocurre a cierta hija ilegítima de Carlos V;  la engendrada con su esposa, la bella Isabel de Portugal, y la que tuvieron  fuera de matrimonio su propio bastardo, D. Juan de Austria, y una dama napolitana. Las tres llevaron el nombre de la “Reina loca”, reclusa en Tordesillas, y el apellido de la ilustre casa imperial.

La segunda (1535-1573), “la princesa tímida”, admirablemente retratada por la pintora cremonesa Sofonisba Anguissola, ocupa lugar cimero como reina consorte de Portugal, archiduquesa de Austria y Regente de España, con sepulcro reconocido en el madrileño convento de las Descalzas. La biografía de la tercera (Nápoles, 1573-1630) puede seguirse por los artículos de Internet. Pero casi nada, y a menudo de forma errónea, se sabía sobre la primera.

Jesús Rubio Carrero (Plasencia, 1976) le ha dedicado un riguroso estudio, que no sólo busca establecer la corta biografía del personaje, sino el contexto en que le tocó vivir sus pocos años. “Secreto, poder y religión en tiempos de Carlos V” es el subtítulo de la obra, a caballo entre la investigación y el discurso novelesco. Para ambas proyecciones cuenta el autor con suficientes mimbres el autor.  Paleógrafo experto (ha transcrito las Reales Provisiones de los Reyes Católicos sobre Villa de Plasencia (1494-1498), junto a las Comprobaciones de 1753 y 1761 sobre dicho municipio, sitas en el Archivo General de Simanca), es profesor del placentino IES” Parque de Monfragüe” y se dio a conocer como poeta con Desde el volcán: un ciclo de psicomagia (ERE, 2021).

Carlos V, ya coronado emperador en Aquisgrán, vuelve a una España en las que aún humean los rescoldos de las luchas Comuneras, y decide visitar (septiembre 1522) a su madre, la reina Juana, sospechosamente reclusa en un palacio de Tordesillas. Aquel fogoso veinteañero entabla relaciones con Catalina de Xérica, experta dama del séquito real, y al parecer no bien avenida con el marido, Jaime Brun, otro sirviente palaciego (con el que ya había engendrado hasta media docena de retoños). De aquel flirteo, le nacerá al joven rey, que por entonces prepara boda con la bella Isabel de Portugal, otra hija ilegítima. Las conveniencias imponen que nadie descubra este “fruto del pecado”, salvo los cómplices precisos para el secreto.  Piezas fundamentales para la ocultación van a ser un poderoso y fiel servidor, el Conde de Nassau, más la propia Germana de Foix (con la que, pese al parentesco, el fogoso Austria también incide en el vicio de la carne).

Se da así origen a un conjunto de acontecimientos, próximos a la novela, para cuya explicación el historiador presenta bien fundadas hipótesis, no pocas confirmadas merced a sus hallazgos en archivos (especialmente el General de Simancas, el R. Nacional y el de la R. Chancillería de Valladolid), amén de una rica y selecta bibliografía, anotada en apéndice. Todo lo va refiriendo en un lenguaje que combina bien el canon científico con la imaginación literaria: embarazo y bautismo ocultos de la pequeña Juana, cambios de nombre, traslados de madre e hijita por  localidades diferentes hasta recabar en el convento Ntª. Srª. de la Esperanza de Valencia; nuevas ocupaciones de la progenitora (siempre bien atendida por la Casa real); fallecimiento, en fin, de ambas, bien prematuro el de la niña. Un sospechoso velamen de censura caería sombre ambas.

Rubio se ha esfuerza por eliminarlo, a la vez que rebate documentadamente  el cúmulo de errores o imprecisiones que sobre los personajes ha ido deslizándose a lo largo de los siglos. Para mejor entender a los muchos implicados en la trama, desde reyes y aristócratas a humildes menestrales,

adjunta muy oportunas referencias contextualizadoras.

El libro se lee con el provecho de un estudio riguroso y el placer de un relato novelesco.

 

Jesús Rubio Carrero, La niña Juana de Austria

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