Al profesor Benito Estrella (Higuera de la Serena, 1946), de quien tantas dotes personales se reconocen, se le admira como escritor especialmente por sus ensayos. Los ha compuesto, profundos y originales, sobre pedagogía. Cabe recordar entre los mismos Un extraño en mi escuela. Reflexiones sobre la crisis de la enseñanza en la sociedad de la información (2002), Loa a la vieja pizarra (2014), Educar a la intemperie (2021) y La educación de la mirada lectora (2023). En todos lucen sus ideas progresistas, sin renunciar a los valores tradicionales. También recordamos su estudio de Azorín en Rescate primoroso de lo vulgar (2020).
Sumamente interesado por las grandes cuestiones filosóficas, a cuyos grandes mentores, tanto clásicos como modernos, conoce bien, en torno a las mismas ha venido también ocupándose. Le interesan de modo muy singular las planteadas por la teoría del conocimientos; la apertura a la trascendencia y las relaciones entre lenguaje y percepción. En este sentido, nunca ha ocultado deudas con el magisterio de Carlos Díaz, pensador preferido. Baste leer sus obras No vemos el mundo, lo leemos (2016) o La mirada que lee el mundo (2018).
El doctor Benito, asentado en Zafra, donde comparte cátedra con tantos amigos (José María Lama, Paco Muñoz, Luciano Feria, Pepe Preciado, Ana Alonso y el siempre vecino José Antonio Zambrano aparecen en la dedicatoria), aparte de una novela con fuertes notas autobiográficas, Valdargar (VI Premio de creación literaria “La Serena”, 2007 y 2020), es autor de numerosos poemarios, desde los primeros de juventud, como La soledad y el silencio (1972) al maduro Izana, el pájaro (Premio García de la Huerta 2008).
De toda esta carga emocional, epistemológica y literaria se nutre Fragmentos de un espejo roto, publicada por la editorial que en Cáceres mantiene José María Cumbreño. Prologa con rigor y amplitud Natalia Carbajosa (Puerto de Santa María, 1971), profesora en la Universidad Politécnica de Cartagena, de quien mucho se elogian las traducciones de Ana Blandiana, la poetisa rumana tan crítica contra el régimen de Ceausescu, galardonada con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2024. (B. Estrella había puesto prólogo a la versión hecha por N. Carbajosa y A. Gómez de la autobiografía de Katlleen Raine, Adiós, prados felices, Renacimiento, 2012). De ambas escritoras se localizan huellas en el libro que reseñamos.
Abierto con una cita de Anaxágoras, filósofo del s. V a.C. , forzado a abandonar Atenas como reo de “impiedad” (la misma causa que condenaría a muerte a su discípulo Sócrates), la obra se estructura en cinco partes, todas compuestas por poemas en versos blancos y libres, rítmicos y repletos de magníficas imágenes. Destacan entre éstas las alegorías labradas con recursos del léxico cotidiano, originarios de la cultura agropastoril aún persistente en la memoria del poeta (“echar medias suelas al tiempo desgastado”; “el viento pastorea /los durmientes apriscos de las lluvias”; “como un cigüeñal volcado en su tarea”; “la música del Alfa que aún resuena/en la callada almáciga” y tantas otras).
Según resalta la prologuista, el poeta elige de modo casi constante el “tú” conativo o fático para dialogar con el lector, a la ve que establece un soliloquio meditativo con el “yo” tácito que le acompaña en los monólogos Converso con el hombre que siempre va conmigo. Quien habla solo espera hablar con Dios un día, cantaba D. Antonio Machado, a quien Benito evoca en numerosos versos. También lo hace, de forma explícita o sugerida , con varios más de sus creadores predilectos: Pessoa, Miguel Hernández, Heidegger, Claudio Rodríguez, Silesius, Hilda Doolittle (de ésta toma el título), sobre un trasfondo donde resuenan fray Luis de León, la Guía de Perplejos de Maimónides y el evangelio mismo.
Sabio, melancólico, tal vez escéptico ante pasadas utopías, sensible a todas las proyecciones de la realidad, dispuesto a traspasar los límites que el positivismo ramplón impuso, interesado por lo supuestamente inefable, el poeta se anima a recomponer, como un kilim, las teselas del espejo existencial fragmentado a golpes imprevisibles. La voz de la madre, símbolo del acervo heredado, le resulta el mejor lenitivo.
Benito Estrella, Fragmentos de un espejo roto. Cáceres, Liputienses, 2025