¿Cómo puede soportar persona alguna semejante cúmulo de sufrimientos físicos y psicológicos a lo largo de toda su vida y a la vez producir una de las obras más extraordinarias de las letras españolas? Es la pregunta ineludible tras seguir la biografía que del Nobel onubense ha establecido en su muy documento estudio Sánchez Pedrero.
Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881-San Juan de Puerto, 1958), neurasténico e hipocondríaco de libro, fue un polienfermo crónico. Sobre su frágil arquitectura recaerían, muchas veces de manera simultánea, depresiones, cefaleas, pleuresías, indigestiones, vómitos, arritmias, fiebres, catarros, gripes, intoxicaciones, gota, insomnio y una casi permanente colitis devastadora. Así lo va exponiendo el autor de Juan Ramón Jiménez y las drogas. La influencia de los fármacos en la vida y obra del poeta de Moguer.
Nacido en Rivas-Vaciamadrid (1979) y afincando en Baños de Montemayor, que él considera su pueblo, desde hace más de veinte años, Jonás Sánchez ha invertido tres lustros en establecer esta dolorosa biografía, valiéndose de la documentación pertinente, de modo muy especial de los Diarios de Juan Ramón y su maravillosa mujer Zenobia Camprubí, “La Americanita”, también ella herida desde muy joven por un cáncer capaz de arrebatarla tres días antes de hacerse público el Premio del marido.
De suma utilidad le han resultado al investigador el epistolario de ambos esposos, así como el de sus corresponsales más íntimos. El estudioso conoce bien estas historias. Además de poeta, ha sido fiel colaborador de la revista Cáñamo, donde fue exponiendo las relaciones que con diferentes sustancias psicoactivas mantuvieron multitud de creadores contemporáneos, tanto extranjeros (Proust, Neruda, Cortázar, Kerouac y toda una legión), como españoles (Galdós, Valle Inclán, Lorca, Baroja, Gómez de la Serna, etc., o los más próximos S. Ferlosio, Umbral, Juan Goytisolo et sic de coeteris, para no decir Goya, Ramón y Cajal, Buñuel, Picasso y otros genios artísticos).
Obsesionado por medicarse adecuadamente, el escritor onubense procuraba residir siempre próximo, si no internado, a centros hospitalarios o al domicilio de médicos famosos, tanto en España como durante el exilio americano. Incluso llega a residir en la casa madrileña de algunos de ello, v.c., la del doctor Valentín Sama Pérez, hijo del krausista extremeño y profesor de la ILE Joaquín Sama Vinagre.
En la suya, procuraría por todos los medios mantener una minifarmacia donde no le falten la morfina (inyecciones) y el opio ( en píldoras o gotas de láudano) de los que hace uso habitual, experimentando duros trastornos en los periodos de abstinencia, voluntaria o forzosa.
El biógrafo señala en los libros de J. Ramón J. un gran número de pasajes que muy bien podrían haberse generado, cual embriaguez rapsódica, bajo influencia de las drogas. Facilita la oportuna localización con casi medio millar de notas a pie de página, distinguiéndose, entre muchas, las declaraciones que al respecto J. R.J le hacía a E. Díez-Canedo (pág. 110).
“Por otro lado, avisa el historiador, que nadie piense que el consumo de ciertas drogas genera en quien las toma una destreza literaria. Rubén Darío ya reparó (en su obra El mundo de los sueños) que el opio no hace soñar a cualquiera, sino al que es capaz de soñar” (pág. 39).
En el prólogo, Fidel Moreno advierte con sesudos argumentos contra quien pueda escandalizarse ante la demostración de que tantos grandes creadores se hayan servido de sustancias psicoactivas.
Jonás Sánchez Pedrero, Juan Ramón Jiménez y las drogas. La influencia de los fármacos en la vida. Córdoba, Almuzara, 2025.