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Manuel Pecellín

Libre con Libros

            ASESINATO DEL CANÓNIGO DEFENSOR DEL VÍNCULO

 

 

 

Hace justamente un año, reseñé en HOY (“Trazos”, 29-VI-24) En plato frío y otros cuentos, entrega del mismo autor que ahora nos ocupa. El que da nombre a aquel conjunto de narraciones cortas cabe decir que es un relato próximo al género negro, thriller construido con precisión de relojería. Las preferencias de E. Méndez por dicha fórmula se han venido a confirmar en La muerte y los silencios, novela policíaca con 34 capítulos y un epílogo, enmarcada a principios del XXI. Profesor de secundaria, abogado, editor (Abismo del Suroeste), cinéfilo, melómano, contertulio (Página 72), Méndez recurre aquí a sus ricas experiencias ante comisarías, juzgados civiles y calabozos, así, como a la relación con acusados o detenidos y, sobre todo, a las intervenciones profesionales en juicios de la Rota, institución judicial donde la Iglesia arbitra para sus fieles apelantes, entre otras cuestiones eclesiásticas, la consistencia o nulidad del matrimonio contraído.

Los tribunales del género que cada diócesis organiza, cuentan con dos figuras de máxima relevancia: el “Defensor del vínculo”, que refuta las argumentaciones frente a cualquier sospecha de sacramento nulo, y el Vicario  encargado de dictar sentencia. Ninguno de los dos, menos aún el primero, se ganarán las simpatías de quienes pretendan demostrar que se casaron en circunstancias contrarias al Derecho canónico y, en consecuencia, deberían declararse solteros.

Valerio Expósito, canónigo que no poco se parece al prototípico magistral de La Regenta, viene desempeñando el primer rol en la capital del Guadiana, próxima a la frontera hispanolusa. Otras características de la ciudad, “que había decidido ahorcar su propia historia con la soga de la desidia“ (pág.  100), conducen a Badajoz, aunque nunca en el texto  no aparezca dicho topónimo. Culto, prepotente, bon vivant, viajero, interesado en la historia del Temple, licenciado en Teología por la Tomás de Aquino (Roma), académico,  al poderoso y apuesto eclesiástico (fue vocación tardía, con novia), lo asesinan en casa con un tiro de pistola, sin ninguna otra señal de violencia o robo. Se da origen así a las investigaciones policíacas, que dirigirá la eficaz inspectora Fernández Molina (amante de una colega portuguesa), compitiendo con las realizadas por Fernando Villamores, el mejor periodista del diario local Suroeste. Ambos se erigen en ejes de la novela, si bien los acompañan muy atractivos personajes secundarios. Más que ninguno, José Perales (“Baylish” de nick), artista iconoclasta y lenguaraz, el primero de los sospechosos.

Según costumbre, el autor alternará el desarrollo de las pesquisas con el señalamiento e interrogatorios de posibles asesinos. Son múltiples los escenarios probables donde tal vez se forjó el odio criminal. Hay que  investigar entre los miembros de esa izquierda republicana, viejos y jóvenes, tan activos éstos en las redes sociales, cuyo anticlericalismo les induce a airear el añoso lema de “muerte a los curas”. Tampoco son fiables los mismos colegas del claustro catedralicio, a los que tantas humillaciones endilgó el soberbio canónigo. Ni los contrabandistas de arte sacro, que saquean antiguas, hoy casi abandonadas parroquias, acaso bajo la vista cómplice del canónigo. Los tiros pudieron venir también de algún policía corrupto, la doméstica de origen vascón, empresarios depredadores, litigantes frustrados o la mujer que, aunque abandonada, nunca dejó de quererlo. Muchos, para mal y para bien, no son lo que de entrada parecerían, empezando por el mismo Valerio Expósito. Dejaremos que los lectores descubran sus particulares secretos.

Al hilo de las pesquisas, el escritor va deteniéndose en representantes de dichos grupos, perfectamente contextualizados, recreándose en sus rasgos y comportamientos más característicos, hasta la aclaración final, no por lógica esperada. Lo hace merced a una prosa ágil y concisa, con claro predominio  las oraciones simples, sin apenas subordinaciones, lo que, junto con la rápida   sucesión de los escenarios y la riqueza del lenguaje,, genera un texto de indudable calidad.

 

 

Santiago Méndez, La muerte y los silencios. Badajoz, Fundación CB, 2025.

ASESINATO DEL CANÓNIGO DEFENSOR DEL VÍNCULO

 

 

Hace justamente un año, reseñé en HOY (“Trazos”, 29-VI-24) En plato frío y otros cuentos, entrega del mismo autor que ahora nos ocupa. El que da nombre a aquel conjunto de narraciones cortas cabe decir que es un relato próximo al género negro, thriller construido con precisión de relojería. Las preferencias de E. Méndez por dicha fórmula se han venido a confirmar en La muerte y los silencios, novela policíaca con 34 capítulos y un epílogo, enmarcada a principios del XXI. Profesor de secundaria, abogado, editor (Abismo del Suroeste), cinéfilo, melómano, contertulio (Página 72), Méndez recurre aquí a sus ricas experiencias ante comisarías, juzgados civiles y calabozos, así, como a la relación con acusados o detenidos y, sobre todo, a las intervenciones profesionales en juicios de la Rota, institución judicial donde la Iglesia arbitra para sus fieles apelantes, entre otras cuestiones eclesiásticas, la consistencia o nulidad del matrimonio contraído.

Los tribunales del género que cada diócesis organiza, cuentan con dos figuras de máxima relevancia: el “Defensor del vínculo”, que refuta las argumentaciones frente a cualquier sospecha de sacramento nulo, y el Vicario  encargado de dictar sentencia. Ninguno de los dos, menos aún el primero, se ganarán las simpatías de quienes pretendan demostrar que se casaron en circunstancias contrarias al Derecho canónico y, en consecuencia, deberían declararse solteros.

Valerio Expósito, canónigo que no poco se parece al prototípico magistral de La Regenta, viene desempeñando el primer rol en la capital del Guadiana, próxima a la frontera hispanolusa. Otras características de la ciudad, “que había decidido ahorcar su propia historia con la soga de la desidia“ (pág.  100), conducen a Badajoz, aunque nunca en el texto  no aparezca dicho topónimo. Culto, prepotente, bon vivant, viajero, interesado en la historia del Temple, licenciado en Teología por la Tomás de Aquino (Roma), académico,  al poderoso y apuesto eclesiástico (fue vocación tardía, con novia), lo asesinan en casa con un tiro de pistola, sin ninguna otra señal de violencia o robo. Se da origen así a las investigaciones policíacas, que dirigirá la eficaz inspectora Fernández Molina (amante de una colega portuguesa), compitiendo con las realizadas por Fernando Villamores, el mejor periodista del diario local Suroeste. Ambos se erigen en ejes de la novela, si bien los acompañan muy atractivos personajes secundarios. Más que ninguno, José Perales (“Baylish” de nick), artista iconoclasta y lenguaraz, el primero de los sospechosos.

Según costumbre, el autor alternará el desarrollo de las pesquisas con el señalamiento e interrogatorios de posibles asesinos. Son múltiples los escenarios probables donde tal vez se forjó el odio criminal. Hay que  investigar entre los miembros de esa izquierda republicana, viejos y jóvenes, tan activos éstos en las redes sociales, cuyo anticlericalismo les induce a airear el añoso lema de “muerte a los curas”. Tampoco son fiables los mismos colegas del claustro catedralicio, a los que tantas humillaciones endilgó el soberbio canónigo. Ni los contrabandistas de arte sacro, que saquean antiguas, hoy casi abandonadas parroquias, acaso bajo la vista cómplice del canónigo. Los tiros pudieron venir también de algún policía corrupto, la doméstica de origen vascón, empresarios depredadores, litigantes frustrados o la mujer que, aunque abandonada, nunca dejó de quererlo. Muchos, para mal y para bien, no son lo que de entrada parecerían, empezando por el mismo Valerio Expósito. Dejaremos que los lectores descubran sus particulares secretos.

Al hilo de las pesquisas, el escritor va deteniéndose en representantes de dichos grupos, perfectamente contextualizados, recreándose en sus rasgos y comportamientos más característicos, hasta la aclaración final, no por lógica esperada. Lo hace merced a una prosa ágil y concisa, con claro predominio  las oraciones simples, sin apenas subordinaciones, lo que, junto con la rápida   sucesión de los escenarios y la riqueza del lenguaje,, genera un texto de indudable calidad.

 

 

Santiago Méndez, La muerte y los silencios. Badajoz, Fundación CB, 2025.

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