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Manuel Pecellín

Libre con Libros

Bajada a los infiernos

Felipe Trigo, buen lector de literatura francesa, se hizo eco pronto de las novelas de Octave Mirbeau. En el escritor francés, coetáneo del extremeño, encontraba éste no pocos puntos comunes: la concepción militante de la obra literaria; el rechazo de la cultura burguesa; la solicitud de una nueva sexualidad y la defensa nietzscheana de los valores instintivos, la Vida, en nombre de la cual querían ellos proponer otra ética políticosocial. No sorprende que algún personaje de Trigo aparezca (ver A prueba o Del frío al fuego) leyendo el Journal d’une femme de chambre, obra de un autor cuyos folletines , según acusa el villanovense en la segunda novela citada, no admitirían “la mayor parte de los grandes y pulcros periódicos de familia”. Lo que no pudo sospechar el creador de “ Jarrapellejos”, es que uno de los máximos cineastas españoles , Luis Buñuel, llevaría a pantalla (1964) aquel Diario de una camarera, proclamando sus ideales anarquistas y el desprecio por el mundo burgués.
Mirbeau (1848-1917), novelista que también terminó adhiriéndose al ideario ácrata, hombre comprometido en el caso Dreyfus para defender las tesis mantenidas por Zola, publicó así mismo (1899) otro texto bastante más escandaloso, El Jardín de los suplicios, del que acaban de aparecer casi simultáneamente dos nuevas traducciones españolas. La editada por El olivo azul, que a mí me parece magnífica, se debe a Carlos Cámara y Miguel Ángel Frontán, responsables igualmente del prólogo y de las notas a pie de página.
Podrá discutirse con Tolstoi, quien afirmaba que Mirbeau era el más grande de los escritores franceses contemporáneos. Lo que nadie negará, si lee esta terrible obra, es que estamos ante alguien capaz de conmover con su pluma las sensibilidades más gélidas. Considerada como paradigma de la “novela decadente”, El jardín de los suplicios zarandea inmisericorde al lector, conduciéndolo con una prosa riquísima e implacable hasta las más profundas abyecciones, las mismas que sus contradictorios protagonistas pretenden vivir como experiencias exaltadoras. Son éstos un político capaz de todas las corrupciones y, mucho mejor perfilada, una aristócrata inglesa a la que sólo divierte “las flores del mal” beaudelerianas. Ni los infiernos de Dante, la iconografía del Bosco o las descripciones de los calabozos inquisitoriales ofrecen escenas homólogas a las aquí recogidas : las torturas en sus más alambicadas quintaesencias.
La dedicatoria nos pone ya atentos : “ A los Sacerdotes, a los Soldados, a los Jueces, a los Hombres que educan, dirigen, gobiernan a los Hombres, dedico estás páginas de Asesinato y de Sangre”, escribe con humor negro un Mirbeau siempre irónico. Tres serán las partes de su tremendo constructo . En la primera (“Frontispicio”), un grupo de moralistas, médicos, poetas y filósofos discuten sobre la psicología de los asesinos. A continuación, uno de ellos toma la palabra para referir en primera persona sus experiencias junto a poderoso político y los adláteres (banqueros, periodistas, prostitutas), describiendo un panorama absolutamente descorazonador de cómo olivo azul, 2010.se mueven los que rigen la cosa pública en los países europeos. El mismo personaje nos conducirá en la parte tercera y última a China, aquel lugar exótico, donde cabría la esperanza de vivir paraísos terrenales, aunque lo que encontrará es un auténtico infierno , simbolizado en “el jardín de los suplicios”. Aquí alternan las flores más maravillosas con los productos de la más refinada crueldad . Por motivos intrascendentes, miles de ciudadanos incómodos para el Poder son sometidos a torturas que sólo una imaginación colectiva secularmente operante ha podido engendrar : la de las varillas incandescentes, las ratas que se introducen por el ano, las campanas infatigables o las caricias sexuales hasta la extenuación son las más atroces y aparecen descritas sin concesiones al pudor. Incluso los hermosos pavos reales, omnipresentes, contribuyen a incrementar aquel museo de los máximos horrores. Que la exquisita Clara disfrute con todos ellos hasta el paroxismo, demuestra la misteriosa complejidad del espíritu humano. El final de la lectura se exige como una liberación, después de transitar por aquel averno.

Octave Mirbeau, El jardín de los suplicios. Córdoba, El olivo azul, 2010

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