Hay cosas, distintas en cada pueblo, de las que sus habitantes no quieren hablar o eluden referirse directamente a ellas. Según cada cultura, suelen pertenecer al mundo de las enfermedades (el cáncer), la religión (Dios o el diablo), los elementos peligrosos (el rayo, las víboras), el sexo o los excrementos. Las veladuras del eufemismo o la perífrasis despliegan sus habilidades lingüísticas para nombrarlos, si el discurso lo exige. Claro que también cabe utilizarlos, incluso de forma desgarrada, para el insulto, las provocaciones , el humor o el simple desahogo emocional. Constituyen una mina para antropólogos, filólogos, historiadores, sociólogos y psiquiatras (Freud, con Totem y Tabú o sus apuntes sobre el chiste, los sueños, los lapsus, etc. continúa siendo imprescindible). Todas las literaturas, incluidas por supuesto sus manifestaciones populares, tienen épocas, géneros o autores que se han distinguido por abordar en sus obras, hasta con carácter preferencial, algunos de los temas arriba señalados. Nombres como los de Catulo, Marcial, Rabelais, Quevedo, Sade, Miller, Joyce, Roth, Jaimito o
“Con la intención de darle algunas vueltas al asunto y por especiar un poco la insulsa vida universitaria – escribe desenfadadamente el extremeño Luis Gómez Canseco – , convoqué a algunos amiguetes tan sabios como desoficiados, que aceptaron manchar su expediente académico y participar en un curso que se celebró en
Lo abre Manuel Alvar Ezquerra con una revisión de los diccionarios. Aunque, según denunciase Dámaso Alonso en el Iº Congreso de Instituciones Hispánicas (1963), por remilgo o pudibundez nunca recogen todas las palabras “malsonantes”, la cosecha no es parva. Le sigue Francisco Córdoba, quien de manera ingeniosa va ilustrando sobre la biología del comer y descomer, no sin las apoyaturas del refranero. Jaime Alvar explica que siempre ha habido autores aficionados a describir los hábitos fecales de sus congéneres, pese a los estigmas sociales. Y de cómo manejaban los recursos coprolálicos los poetas latinos, en sus inacabables puyas, lo explica Fernando Navarro (premio nacional de traducción), en el mejor artículo del libro, ilustrándolo con multitud de poemas. Tampoco faltan los escritores islámicos, recuerda Alejandro García, y en los mismos textos religiosos localiza José M. Miura cómo se pasa frecuentemente del pecado a la inmundicia sagrada. Menos claras resultan las consideraciones de Fernando R. de
Todo lógico, pues, como este último adelanta en su preliminar, el fuerte vínculo que las heces guardan con la salud explica la fascinación que ha ejercido y ejerce sobre el hombre, más aún si se considera la proximidad fisiológica entre los órganos de la evacuación y la reproducción.