Durante la semana última hemos estado inmersos en el simposio que sobre la figura y obra de D. Antonio Rodríguez-Moñino (Calzadilla de los Barros, 1910-Madrid, 1970) ha tenido lugar en Cáceres. Se pretendía honrar así la memoria del gran hombre en el primer centenario de su nacimiento. Ponentes con tanta autoridad como Pedro Cátedra, Víctor Infantes, Leonardo Romero, Juan Antonio Yeves o los extremeños Eustaquio Sánchez Salor, Mercedes Pulido, Joaquín González Manzanares y José Luis Bernal, reafirmaron con sus ponencia lo que nadie ignora: Rodríguez-Moñino fue el más importante bibliófilo y bibliógrafo español de la pasada centuria, el príncipe de todos ellos, según repetida frase de Marcel Bataillon. Resulta imposible transitar por la historia de la Literatura castellana (y no digamos la extremeña), especialmente la creada durante los siglos XVI y XVII, tanto en su vertiente popular como culta, sin apoyarse en las investigaciones del de Calzadilla.
Que D. Antonio era también un magnífico escritor resulta indudable para cuantos se aproximan a su cristalina prosa, cuajada ya en los años de la adolescencia. Quizá fue el periodista Rabanal Brito, a quien aquel había inoculado el virus bibliofílico, el primero en llamar la atención sobre las indiscutibles calidades literarias D. Antonio, ejemplificándolo con la colaboración de éste a la obra colectiva publicada con motivos de la Exposición Universal de Sevilla 1929, “Momentos románticos de hombres que fueron”, en Guía y Catálogo de la riqueza de Extremadura, págs. 51-58 (Badajoz, Tip. La Alianza, 1929).
Menos conocidas son las virtudes poéticas del investigador, un hombre de la Generación del 27, amigo personal de los más grandes de sus creadores. Las había mostrado ya en una composición que, inédita durante decenios, rescató para los lectores contemporáneos Rafael Rodríguez-Moñino, y fue publicada por Beturia. (Hablo de la Epístola a Baltasar – sin duda Moreto, el sobrino de Plantino -, escrita el año 1931 y donde nuestro hombre hombre daba cuenta de su primer viaje a Europa, a tono con la famosa carta de Aldana a Arias Montano, que él conocía perfectamente).
Ahora, la fundación santanderina Gerardo Diego, donde bien se percibe la mano de la extremeña Pureza Canelo, acaba de reeditar otros versos del bibliófilo. Se trata de una composición de 25 estrofas, con métrica de sexta rima, que D. Antonio compuso (Santander, 1934) e hizo imprimir (Badajoz, 1941) prolongando lúdicamente la “Fábula de Equis y Zeda”, escrita por Gerardo Diego, de quien entonces era asistente de cátedra y ya buen amigo. Se reproduce también el artículo donde el gran poeta creacionista daba cuenta de las vicisitudes de aquellos versos, en el libro homenaje a su autor (1975), por entonces ya fallecido, y se adjunta un brillante estudio de José Luis Bernal, que tan profundamente domina la obra de ambos personajes. Las tres entregas aquí conjuntadas hacen de la publicación una auténtica joya. “Es cierto que el poema de Moñino – escribe Bernal – no es una creación ex novo `, lo que podría resultar paradójico al ser un poema creacionista el texto que continúa y al ser creacionista la arquitectura y urdimbre metafórica que adopta el propio Moñino en su texto, a fin de no desvirtuar la relación entre el original y el apócrifo. Pero no es menos cierto que todo ello contribuye a destacar las dosis de juego y de artificio, de ´escritura adrede` que Moñino sabe entender muy bien en el poema de Diego, en cuyo comentario libre se ejercita, sin óbice de comprender la ´pasión humana que encerraba la Fábula de Equis y Zeda.
EL LIBRO
Título: ‘Pasión y muerte del arquitecto. Un enigma bibliofílico’
Autor: Gerardo Diego
Editorial: Fundación Gerardo Diego. Santander 2010