Del 9 al 10 de diciembre de 1933 se desencadenaron en Villanueva de la Serena una serie de acontecimientos que tendrían repercusión nacional. No sólo llenarían páginas en periódicos y revistas de todo el país, sino que incluso generarían fuertes debates en el Congreso, donde parlamentarios de diferentes adscripciones políticas se enfrentarán a tenor de lo ocurrido en la población extremeña. Los sucesos de Casas Viejas (algo más lejanos, los de Castilblaco) eran aún asunto de duras polémicas y amargos reproches, que de ningún modo beneficiaban a la neófita II República; mucho menos, claro está, a las víctimas (muertos, heridos, represaliados, huérfanos, viudas) de la tragedia. Las 36 horas de insurrección armada vividas en Villanueva pudieron ser un polvorín de trayectoria incalculable.
El máximo protagonismo lo tuvo Pío Sopena, que perdió la vida junto a siete jornaleros conjurados con él y dos guardias civiles. Natural de Barbastro, tras haber vivido algún tiempo en Barcelona, optó por ingresar en el ejército y pasó a servir en guarniciones del Norte de África. Su carácter rebelde e ideología anarquista le generaron pronto problemas con los superiores, que decidieron separarlo del servicio activo. No encontraron mejor forma que destinarlo a la Caja de Reclutas sita en un sólido cuartel (antiguo convento) de la apartada población pacense. Y allí llegó aquel sargento, con 33 años, mujer, hijos e ideales ácratas. Desde luego, su figura no se corresponde con el prototipo histórico del revolucionario adscrito a la CNT o la FAI. Ni la tumultuosa acción que desencadenaría aquel frío invierno junto al Guadiana, tan singular por su desarrollo como infeliz por el resultado. De ahí que haya pasado a la historia republicana con los calificativos más antitéticos, desde loco o iluso, a mártir de la causa utópica. Durante la guerra civil, donde también se verán implicadas bastantes de las personas comprometidas con la insurrección villanovense y que consiguieron salir vivas, en Extremadura estuvo operativo el Batallón Pío Sopena, comandado por Olegario Pachón.
A la reconstrucción de los hechos, estudio del personaje principal, posibles cómplices en la sublevación, causas que la desencadenaron y la sangrienta represión de la misma, así como las repercusiones que tuvieron, ha dedicado el autor esta bien documentada obra, que no olvida los principales parámetros sociopolíticos del contexto. Se sirve fundamentalmente de sus investigaciones en la prensa de la época (a destacar la revista Estampa y el recién fundado periódico HOY) y en diferentes archivos (no quedó mucho rastro documental), así como de los testimonios aportados por familiares de segunda y tercera generación.
Antonio Molina, licenciado en Geografía e Historia, es profesor de instituto y autor de monografías relacionadas con La Serena, como La fábrica de jabones Gallardo (2013) o Banca Pueyo: 125 años de Historia (2014) y de colaboraciones en varias obras colectivas: La comarca de La Serena como herramienta pedagógica (2011), Siglo y medio de tren en Extremadura, 1886-2016 y La línea Ciudad Real-Badajoz (2016).
Disconforme con la marcha de la II República, por considerarla burguesa, enemiga en realidad de los trabajadores e intereses proletarios, más aún tras las elecciones celebradas en noviembre de 1933 (la primera en que las mujeres españolas ejercían su derecho al voto), ganadas por los partidos de centro-derecha, la CNT propuso al mes siguiente la insurrección contra el gobierno con el fin de implantar el comunismo libertario. A ese llamamiento responde Pío Sopena con la toma del cuartel donde servía, confiando en que su “gimnasia revolucionaria” iba a encontrar seguidores en Villanueva y Don Benito, focos tradicionales del socialismo comarcano, con notable presencia del PCE. Apenas los tuvo, ni siquiera entre sus compañeros soldados (cuyas vidas respetó), o la rápida reacción de las fuerzas del orden lo impidieron. Sin duda, la reacción de las mismas fue desproporcionada: ametralladores y cañones traídos ex profeso desde Badajoz, ante escasas armas ligeras (la orden era “no hacer prisioneros”). Y, lo que provocaría las mayores críticas, la muerte alevosa de algunos sublevados (muy jóvenes), escondidos en un retrete las horas últimas. Sin olvidar las duras represalias que a continuación se dirigieron contra las Casas del Pueblo e incluso varios ayuntamientos socialistas de la zona.
Negrín, informado por un periodista testigo de los hechos, escribió un duro artículo de en El Socialista, que fue objeto de censura. Sí estuvo presente en el lugar de los hechos, a partir de las horas claves, Juan Simeón Vidarte, enviado por el PSOE. Fue quien dirigió en el Congreso la denuncia contra la forma en que la las autoridades habían gestionado la sublevación de Pío Sopena. Molina se ocupa detenidamente tanto del artículo de Negrín, como de las intervenciones (se reproduce buena parte de sus discursos) del diputado de Badajoz.
Se adjunta un rico apéndice con numerosas fotografías de la época.
Antonio Molina Cascos, La insurrección revolucionaria del sargento Sopena. Mérida, ERE, 2020.