Natural de Sena de Luna, José Luis Álvarez lleva en Badajoz desde 1976, cuando vino al INEM Bárbara de Braganza como catedrático de Lengua y Literatura españolas, después de haber enseñado algún tiempo en la UNED de Madrid. Pasó luego al Zurbarán, donde ejercería hasta jubilarse. Doctorado con una magnífica tesis sobre el Coloquio de los perros (Badajoz, Diputación, 1994), continuó dedicándose a Cervantes y los análisis lingüísticos (le encantan las etimologías), alternando estudios y creación literaria.
Entre sus poemarios, siempre con hermosos títulos, cabe recordar Bajo el signo de los ojos, El emblema del agua, Como en un espejo o Sobre aguas y arenas.
Lo primero que atrae el interés en Oliva de olvido, de sonora aliteración, son sus fundamentos en la cultura grocolatina y los clásicos castellanos, romancero incluido, más algún guiño a los contemporáneos (Machado, Lorca, Alberti, M. Hernández, V. Aleixandre, Blas de Otero, Claudio Rodríguez). Versos de Ovidio, Horacio, Propercio y, sobre todo, Virgilio (Eneida, Geórgicas, Bucólicas) –siempre reproducidos en Latín, con su particular traducción – sirven de entradillas al libro y a cada uno de los poemas.
Se distinguen éstos por la variedad métrica que exhiben, desde la ligereza de los cantares, coplas, seguidillas y haikus, a la sonoridad de las décimas; los rotundos pasos del soneto o las libertades que los blancos y libres sugieren, acordes en cada caso al tema sugerido. Muchos se complementan merced a “variaciones”, suscitadas por relaciones asociativas con el núcleo. Esta pluralidad estrófica puede distraer al lector, que en cualquier caso queda prendido en la perfección formal de las composiciones. Más aún por la extraordinaria riqueza de imágenes, alegorías y metáforas de distintos géneros, tan sorprendentes como felices.
Según el autor reconoce en el extenso epílogo, de carácter metapoético, busca poner a salvo del olvido vivencias con que se fue amasando su persona, momentos de intensidad máxima, acaso inadvertidas incluso por los más próximos (la madre, la mujer amada, el amigo íntimo): el canto de aquel jilguero en el trigal; un café en Montmartre; la soleá oída cierta madrugada; la piel incólume de la nieve recién llegada; la lagartija entre los espinos; las libélulas que liban al toro sobre el albero; algún ineludible adiós… Serie de evocaciones, que hacen surgir referencias intertextuales, relaciones sintagmáticas y paradigmáticas, campos asociativos…capaces de comportar a sus seguidores hasta la comprensión y la complicidad.
“José Luis escribe por el placer de dar, de darse, de comunicar, de enriquecer, de abrirse, de abrazar, de sorprender, de despertar en el lector la llamada íntima, casi imperceptible, de las ideas profundas de sus poemas y de la riqueza de sus variaciones”, escribe en la presentación Florencio Vicente Castro, catedrático de Psicología de la UEX y buen conocedor del poeta.
Llegado a Extremadura, como los antiguos trashumantes leoneses, José Luis Álvarez, auténtico “pastor de las palabras” (Heidegger) se enamoraría de las tierras del Guadiana, sin olvidar el terruño primigenio. Ahí están los versos dedicados a su Sena de Luna natal, apoyándose en Julio Llamazares: “Mi memoria es la memoria de la nieve./Mi corazón está blanco como un campo de urces”. Y, también, el doble homenaje a nuestra ciudad (pp. 84-86), el primero de los cuales concluye así: “Badajoz es la amante;/Guadiana, el novio./Cuando el sauce se peina/en el arroyo.
Solo la sabia maestría de un creador tan avezado, culto y sensible, siempre atento a su entorno físico y sentimental, facultan entregas homólogas.
José Luis Álvarez Martínez, Oliva de olvido. Madrid, Beturia, 2021