Desde que Luigi Pirandello innovaba el teatro moderno con Seis personajes en busca de autor (Roma, 1925, aunque ya representada el 1921), tendrá éxito la fórmula de introducir en el escenario o la narración protagonistas capaces de imponerse a los autores y convencerlos de poder referir sus (trágicas) historias. Como en otras áreas, de la creación e incluso el pensamiento, Unamuno se había adelantado con Niebla (Madrid, Renacimiento, 1914), cuyo personaje principal, Augusto Pérez, decide acudir un día en solicitud de ayuda al domicilio del escritor. Si bien éste le aclara que es sólo un ser “nivolesco”, con absoluta dependencia de quien lo ha ficcionado, hijo de su pluma, la respuesta de Agustín ha pasado a la historia de nuestras letras: también tú eres la creación de Otro; sólo que Éste tiene poder para poner fin a tus días en cualquier momento; no obstante, yo, salido de tu imaginación, te sobreviviré mientras haya quien lea mi historia.
Las relaciones entre obra-autor venían siendo contempladas más clásicamente a partir del mito de Pigmalión, el escultor griego que se enamora de su estatua, Galatea, la mujer ideal. Hasta tal punto la ama que la diosa Afrodita decide darle vida a aquel mármol. (Pigmalión y Galatea ocuparán distinguido espacio en la historia del arte y de la literatura, para nosotros con los inolvidables Ovidio, Garcilaso o Góngora. Bien conocida es la obra de Bernard Shaw, Pigmalión, de 1913).
Hay un tercer referente utilizado por M. Á. Sánchez Rafael (Llerena, 1967), novelista y dramaturgo. Max Brod y F. Kafka eran amigos íntimos. Gracias a la “traición” cometida por el primero, negándose a cumplir la promesa que el segundo le arrancase, poco antes de morir, de que destruiría todos sus escritos, no se perdieron un conjunto de obras absolutamente geniales.
Similar encargo le hace Adolfo Campomar (trasunto en buena medida del propio autor) al hombre con quien tantas experiencias había compartido, desde el colegio infantil hasta el Instituto donde uno enseña Educación Física, Literatura el otro. Son los últimos momentos del novelista, que se acaba de disparar un revólver, pero aún le quedaban ánimos para solicitar el rescate y eliminación de cierto manuscrito (Lady Galatea) enviado a los editores. Más aún, quiere que “Brody” se ocupe de localizar y destruir los 500 ejemplares de su obra anterior, Once cuentos de cuaderno y un enxiemplo popular (Mérida, ERE, 2007). Morirá, pero sus afanes no serán atendidos. Y quedarán supervivientes, auténticos, ficticios o frutos de las dos instancias: la realidad y la imaginación.
La compleja estructura narrativa de Lady Galatea se construye así con voces plurales, que van recibiendo alternativamente turno, en ocasiones hasta de forma duplicada (contar lo mismo, pero con panorámicas diversas). Sobresalen en el bien nutrido coro las del amigo “infiel” y las del propio escritor suicida, junto con el inmarchitado amor que éste conoció durante sus estudios universitarios. Él mismo ha ido transformando a la bella Mariham de juventud, con la que aún vivirá un intenso “calendario erótico”, metaformoseándola (Kafka) en Galatea mitológica; la romántica lady Hamilton, amante de Nelson, o Nina, la prostituta de vocación devota de santa Nefija, destrozada por un gigantón metrosexual. Como contrapunto, la ítalohispana de Martín, el excampeón de ciclismo pasado a camarero exclusivamente por amor (también fracasado) a Catarina, la bella azafata del Giro. Otros personaes, aunque secundarios y acaso prescindibles, resultan asumibles, tal la de la tribu húngara y su cabra Luperca, tratada por Adolfo.
Trabajo ambicioso, fruto de sostenido laboreo, con una prosa que bascula acertadamente, según los personajes, entre el habla culta, de matices barrocos; el decir callejero y el lenguaje descarnado, incluso prostibulario, Lady Galatea es una novela muy digna de atención. Algunos descuidos ocasionales (“haya” por “halla”; uso transitivo de “quedar” o el incómodo “es por eso que”) pueden ser eliminados fácilmente en una segunda edición. A nadie interesará tanto como a los que se preocupan, de forma teórica o práctica, por definir las relaciones entre el artista y sus creaciones.
Miguel Ángel Sánchez Rafael, Lady Galatea. Mérida, ERE, 2020.