Justo Vila (Helechal, 1954) es autor de una obra abundante y plural, en la que figuran novelas, ensayos históricos, libros de viaje y otros. Hijo de jornaleros que emigrarían a la cuenca minera asturiana, vivió sus primeros años en aquella aldeíta perteneciente a Benquerencia de la Serena, donde los ecos de la guerra civil y la guerrilla antifranquista pervivirán largos lustros. Allí se impregna el escritor del paisaje bravío, el habla, los usos y costumbres, los perfumes de serranía que emite su florifauna, los valores e imágenes de un imaginario colectivo con hondas raíces. Serán evidentes en todas las creaciones literarias del autor.
Antes de licenciarse en Geografía e Historia, estudió magisterio, mientras trabajaba manualmente. Ejerció docencia en la cárcel de Badajoz, habiendo sido también director de la Biblioteca de Extremadura. Es oportuno recodar otras labores de Vila, por lo que han podido contribuir a la conformación de su personalidad y de sus escritos. Cofundador de las Comisiones Obreras de Extremadura, concejal del Ayuntamiento de Badajoz (PSOE), miembro de la SEGUEF (Sociedad de Estudios de la Guerra Civil y el Franquismo), socio de la R.S. Económica de Amigos del País, presidente de ASPACEBA (Agrupación de apoyo a personas con parálisis cerebral) han sido algunas de sus dedicaciones más significativas.
Pero, sobre todo, Justo Vila es un excelente escritor. Novelas como La agonía del búho chico (1994), Siempre algún día (1998), La memoria del gallo (2001), Lunas de agosto (2006) o Mañana sin falta (2019) lo sitúan entre los narradores extremeños actuales más destacados.
Constituyen La calle del medio una veintena de relatos cortos, a los que da título el sexto. Se agrupan en tres bloques, de temática diferente, aunque con el inevitable aire de familia propio del autor. El primer conjunto (1-8) se enmarca en las aldeas de La Hoya o Azófar, pedanías de Trasluz, pueblecitos que sin duda responde al rincón natal, evocado a través de personajes y acontecimientos perfectamente verosímiles, conocidos algún día y lejano por el autor. El recurso al habla popular, el refranero, las expresiones cotidianas, el léxico de la añosa cultura agroganadera, enriquecen una prosa brillante, con ágiles diálogos, plena de sugerencias, guiños y connotaciones. Si a todo ello se añaden los toques de realismo mágico, La Hoya se sitúa junto a los Macondo, Comala, Monsalud o Murania de grandes narradores. “En nueve meses, Navidad” es seguramente la pieza más representativa.
Siguen (9-16) las enmarcadas, más próximas en el tiempo en Badajoz. Recrean situaciones reales, por infortunio cada día más frecuentes: agresiones contra mujeres e inmigrantes, padres estúpidos, condenas injustas, presos violados por “kies”, exprisioneros desconcertados que prefieren volver a la cárcel o el pasotismo de la juventud. Revive la ciudad de las pensiones humildes, la mítica huelga de la construcción, y los inicios a la informática.
Por último (10-17), las narraciones inspiradas en viajes, serie que abre uno deliciosamente imaginado: un librero ambulante lo realiza (noviembre 1919) desde Madrid a Segovia, manteniendo graciosa cháchara con quien resulta ser D. Antonio Machado. Concluye con “Volver”, de perceptible carga autobiográfica. El autor refiere en primera persona la visita a La Hoya, prototipo de la España vaciada, de donde un día partiese. Se propone conocer qué ha sido de los antiguos compañeros agrupados en la fotografía tomada antes de un partido de fútbol juvenil, desperdigados hoy por media península.
La calle del medio constituye un valioso ejercicio en el que la imaginación creadora de Vila, nutriéndose de sus hondas vivencias personales, recrea un mundo en trance de desaparición, sin cerrarse a cuanto de novedoso ha ido surgiendo. Se me ocurre que le gustaría cerrar apelando a Baudelaire con el célebre Hipócrita lector, mi semejante, ¡mi hermano!
Justo Vila, La calle del medio.