Siempre resulta grato saludar la opera prima de una escritora que se presenta con algo atractivo. Lo acaba de hacer Guadalupe Barrantes (n. Villanueva de la Serena), animada a definir literariamente a los jóvenes de su generación en Nos quedan los sueños. Arquitecta y Executive MBA por ESADE, nacida y criada en un entorno familiar de fuerte inquietudes intelectuales, la novel escritora, con exigentes compromisos profesionales (dirección y gestión de proyectos), conoce bien lo que describe y ha encontrado la fórmula para hacerlo de modo convincente.
Su novela coral, de marcado carácter sociológico, aunque también con una vertiente policíaca, va construyéndose a base de flash alternativos, centrados en personajes relacionados entre sí por razones de sangre, amistad, trabajo, aficiones o atracción amorosa. Cada uno de ellos funciona como prototipo de los grupos que conforman la juventud occidental, más concretamente la española.
Por estas páginas hacen acto de presencia, cruzándose una y otra vez, figuras bien definidas como Lucía, profesora obstinada en conseguir un cuerpo perfecto, lo que la conduce a las puertas de la anorexia. O las hermanas Julia y María, estudiante de un master y lesbiana aún en el armario, la primera; arquitecta con trabajo, cuyo incomprensible secuestro sólo se resolverá al fin del libro, la segunda. Su amiga y colega Charo, más la desinhibida homosexual Nuria, aportan otras facetas. Así lo hacen sus amigos, compañeros o enamorados: Rubén, un locutor de éxito; Frank, ingeniero sin trabajo, hasta que lo encuentra en Londres (dibuja cómics), junto a Mark, pianista venido desde Varsovia. El polaco le ayudará a restablecer las relaciones rotas con Carmen, animosa cocinera, disminuida físicamente, pero con un gran espíritu. Ignacio (maestro albañil) y Jaime (banquero) ayudan a los suyos a superar la crisis económica desencadenada aquel 2008 que hoy la pandemia del covid19 ha dejado chica. Y, por supuesto, Carlos, cuyos complejos llevan a ser el ejecutor del rapto (violencia sexual incluida).
Barrantes no se demora mucho en descripciones paisajísticas o ambientales, si bien sabe conducir al lector, según convenga, por los cotillones navideños, las calles londinenses, un restaurante en construcción o la sordidez de la improvisada prisión. Tampoco se detiene en análisis propios de la sociología, la psicología o la política, acaso oportunos. Ha preferido ir poniendo en escena a los arquetipos que ha imaginado, permitiéndonos ver cómo actúan y, sobre todo, hablan. Por eso, el rasgo dominante en la novela es el discurso dialógico del texto, vívido y ajustado al decir coloquial, al habla de la calle, pero sin vulgarismos ni malsonancias. Cuando la palabra la toman la gente de la arquitectura, el tono se eleva, impregnándose de los tecnicismos que la autora domina.
La prosa es fluida, precisa y rica, sin mayores pretensiones de estilo, pero bien cuidada. Solo la carencia, en frecuentes ocasiones, de las “comas vocativas” (costumbre que va imponiéndose) dificulta la lectura, sobre todo, según puede ocurrir, cuando el signo de puntuación afecta al significado.
Guadalupe Barrantes es otra voz que viene a significarse muy positivamente en el amplio elenco de las creadoras extremeñas.
Guadalupe Barrantes, Nos quedan los sueños. Villanueva de la Serena, 2021.