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Manuel Pecellín

Libre con Libros

              POETA, ESCRITURISTA, MÚSICO

 

Benito Acosta García-Quintana (Zalamea de la Serena, Badajoz, 1937) es uno de escritores extremeños vivos más fecundos. Su infatigable creatividad, que los años parecen incrementarle, viene desarrollándose fundamentalmente en dos géneros: el ensayo y la poesía. Destacan en el primero las obras de carácter hermenéutico dedicada a los libros neotestamentarios con interpretaciones que acostumbra proponer a partir de sus propias traducciones de los textos bíblicos originales. Iniciado en tales estudios por el teólogo y escriturista José María González Ruiz (1916-2005), a quien siempre considera maestro, Acosta ha publicado en los lustros últimos una veintena de volúmenes, casi todos con más de medio millar de páginas, sobre los evangelios, los hechos y cartas apostólicas y la explicación del Mensaje para las comunidades cristianas de base.

Como poeta tiene medio centenar de libros. Entre los últimos, cabe recordar Auronzo di Cadore (2012), Habitada soledad (2018), Huerto cerrado (2019), Profesión de luz (2019) y De ojos y besos (2019). El escritor extremeño, residente en Málaga, nunca deja de manifestar un indefectible espíritu solidario con los más pobres del mundo y el interés místico por las dimensiones trascendentales de todos los seres del universo, con el “Deus absconditus”, siempre inefable, pero acaso parcialmente perceptible a través de las criaturas, el hombre en especial.

Estas navidades recibí unos espléndidos “reyes”, nada menos que cuatro títulos últimos del admirado autor.

La Nueva Alianza (Almería, Círculo Rojo, 2020, 750 páginas) resume las traducciones de los cuatro Evangelios, más las del Corpus Paulinum, junto a los análisis e interpretaciones que de los mismos Acosta viene proponiendo en trabajos monotemáticos.  Una singularidad resalta, desde el punto de vista literario: “Con frecuencia, las citas bíblicas explícitas son poéticas y abundan pasajes en que los mismos autores de los textos neotestamentarios disponen su expresión con un ritmo o con una ordenación de las ideas más convenientes al verso que a la prosa. He querido destacar estos fragmentos traduciéndolos siempre en verso castellano, con predominancia del endecasílabo” (pág. 11).

Cancionero de Navidad (Badajoz, Editamás, 2020, 375 págs.) es una extensa antología de los villancicos que durante decenios Acosta ha enviado a sus amistades para celebrar las pascuas. Todos demuestran su sensibilidad hacia los desamparados de la fortuna (emigrantes, enfermos, mendigos, parados…). Y, como también es músico, en la segunda parte del libro ofrece las oportunas melodías para cada composición. El libro lleva estudio preliminar del sacerdote y filólogo pacense Antonio Maqueda Gil, quien también prologa los dos que a continuación recojo.

El poemario Don de sentir (Málaga, Camino de la Desviación, 2020) luce ilustraciones de Ignasi Aballí (Barcelona, 1958), artista visual que obtuvo (2015) el V Premio Joan Miró. Escrito en la Residencia de las Hermanitas de los Pobres de Málaga, donde vivía el poeta, consta de diez sonetos con diferente y libre factura. “Quien demoniza los sentidos, calumnia a quien dispuso la posibilidad de la belleza, del amor y, simplemente, de vivir”, se adelanta en entradilla dispuesta a modo de caligrama.

Por último, Vagido balbuciente (Málaga, Camino de la Desviación, 2021) está dedicado a quienes han sufrido la pandemia del coronavirus. Su lema: “La gloria de Dios es el hombre visible, y la vida del hombre es la visión de Dios”, una frase de San Irineo en Contra los herejes. Esta vez el ilustrador es otro familiar, Octavi Aballí Acosta (Barcelona, 1967), artista plástico muy próximo a la Arquitectura. Tras la quinteta inicial, que a modo de glosa recoge ecos de San Juan de la Cruz, una veintena de sonetos establecen coloquio con Jesús o con el Padre Dios. Sobresalen los cinco que conforman la serie “Saudade”, impregnados de la espiritualidad mística clásica (sin que falten auras mundanas de denuncia social o apelaciones más terrenales). Desde luego, a Benito Acosta lo que menos le preocupa es atenerse a cánones métricos de la difícil estrofa elegida, aunque bien los conoce. Le bastan su sentido rítmico, la musicalidad de los versos, la riqueza de imágenes y, claro es, la hondura de sentimientos con que los sabe impregnar.

 

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