Con La importancia de que las abejas bailen bien obtuvo su autor el XXVI Premio Felipe Trigo de novela corta convocado por el Ayuntamiento de Villanueva de la Serena. Aquí nació Diego (1970), que es licenciado en Ciencias de la Información y Master en Periodismo Digital; ha trabajado en El Periódico Extremadura y tiene publicadas las obras Mudanzas en los bolsillos ( Elsago Ediciones, Castellón, 2007) y Mil formas de hacer la colada (Málaga, Cedma, 2007), así como el cuaderno de poesía línea 2 (Zafra, Cuadernillos de Intramuro, 2005).
Esta narración, contada en primera persona, rezuma también poesía. Nana refiere sus vivencias en Las Hurdes, junto a familiares dedicados a la apicultura. Tuvo que emigrar a Barcelona, para volverse ya de mayor precisamente a Villanueva . El leitmotiv del relato es una añosa fotografía, cuya contemplación permite evocar personajes y ambientes ya desaparecidos. Todos tuvieron un encanto especial, especialmente Héctor, el hombre que sabía susurrar a las abejas e inducirlas a que bailasen bien ( es decir, usar su típico lenguaje). Con él vivirá la joven “narradora” un romance intenso, a la postre frustrado, aunque no sin fruto. Lástima que la muerte de unos y las dificultades de supervivencia para todos terminen con aquella casi idílica comunidad hurdana.
Una más cuidadosa puntuación y la eliminación de algunos rasgos dialectales (loísmos, uso transitivo del verbo “quedar”) ayudarían a pulir esta excelente novela.
Diego González, La importancia de que las abejas bailen. Sevilla, Algaida, 2007.