EROS Y THÁNATOS
A Estela Rangel le seduce que escriban su nombre propio con el complemento “del Río”, por las connotaciones implicadas. Todo parece sonreír a esta profesora de Literatura, que acaba de jubilarse en perfecta forma física. Tras largo ejercicio docente en universidades de USA, se vino a Salamanca para pasar los cursos últimos donde estudió el bachillerato. Habita una lujosa urbanización de Madrid con el marido, Alejandro Mendoza, arquitecto famoso, dos lustros mayor que ella, formado según los esquemas de la Bauhaus, más amigo hoy de los placeres múltiples que, como bon vivant, le gusta permitirse.
Pero Estela del Río no es feliz y va a entrar en un vertiginoso torbellino de emociones a partir del rencuentro con el amor de su juventud, Fabián Quirós, experimentado periodista, también insatisfecho. Tras reencontrase en una exposición de Isabel Guerra, “la monja pintora”, a la que ambos admiran, el volcán amoroso los arrebata y deciden vivirlo junto al Tormes, tras reconstruir la casita que ella heredó de su padre biológico, un pastor trashumante. Serán pocos meses de convivencia, cargados de evocaciones y descubrimientos: el COVID induce un final desgarrador, eros angustiosamente vencido por thánatos.
El autor de esa dramática novela, Alonso Carretero (La Morera, 1958) no gusta de historias fáciles, ni de finales optimistas. Baste recordar las que ha publicado los tiempos últimos: La reina de los bucles de ceniza, El crimen de Santa Marta o El viejo que se echó al monte. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Complutense trabajó para una multinacional americana en investigación de mercados y tareas de import-export, pasándose después al campo de la publicidad y el periodismo como agente libre, hasta la jubilarse, no carece precisamente de información sobre el comportamiento humano. Quizás eso explique su pesimismo existencial, aunque no deje de presentarnos protagonistas que, pese a sus contradicciones, son capaces de las máximas entregas. Otra cosa es el resultado de tanta generosidad.
Según he señalado en otras ocasiones, al autor lo distinguen la indefectible voluntad de estilo, traducida en una prosa rica y cuidada; los toques de humor (obtuvo el premio José Luis en 2009); la afición a las fantasías populares y las leyendas mágicas; la nostalgia por los paraísos perdidos de sus primeros años rurales, en Extremadura; las reflexiones antropológicas, junto con la crítica social, así como las referencias a los clásicos de la literatura, la música, el cine y otras artes. De todo ello hay abundantes rastros en el libro.
Tal vez la huella más perceptible resulte la del Lazarillo de Tormes. Como el protagonista de ese inolvidable texto, también Estela vino al mundo cerca de Tejares, aunque se crio en Cáceres, con padres adoptivos. Y resulta sorprendente que descubra tras una pared de la casita ribereña una edición de aquel libro, hallazgo descrito siguiendo el que en 1992 se hiciese dentro de la “Biblioteca de Barcarrota” oculta tras la pared. Y no es el único guiño al terruño natal. El mismo nacimiento de la protagonista se describe de modo que evoca inmediatamente “La nacencia” cantada por Chamizo, o “El embargo”, de Gabriel y Galán.
Fabián es un Shiddarta moderno, según lo presentase H. Hesse, escritor ampliamente citado aquí. Como Gautama, buscó su “atman” (fidelidad al auténtico yo) a orillas del Ganges, para encontrarlo en el pequeño Tormes, con la amada. Los dioses no les fueron propicios y el virus arrumbaría aquel renovado programa radiofónico, con tanta proyección humanitaria, “Hilvanando sueños”, en el que los dos amantes se embarcaron. (Excelentes las escenas eróticas entre los mismos). La ternura de Sunita, la joven matemática india que el periodista protegió desde la niñez, traerá un punto de alivio, si coyuntural, a las zozobras de Estela, quien concluye, poniendo fin a la obra: “Ya solo aspiro a que la torrentera de este río se lleve todo mi dolor y mi vida”.
Alonso Carretero, Mi pequeño Ganges. Madrid, Visión Libros, 2023.