María José Flores (Burguillo del Cerro, 1963) es catedrática de Lengua y Literatura española en el “Dipartimento di Scienze Umane” de la Università degli Studi dell’Aquila. Poeta reconocida desde muy joven, marchó a Italia recién terminados sus estudios en la UEX y allí ha desarrollado una extraordinaria carrera como docente, investigadora y ensayista, sin abandonar nunca la creación. Sobre esta faceta última, cabe remitirse al estudio de Ramón Pérez Parejo, “Las medidas del silencio. Métrica, voz y simbología en la poesía de María José Flores Requejo”, en el Anuario De Estudios Filológicos, nº 45, Cáceres, 2020). El volumen antológico Mi memoria es un árbol (ERE, 2020) testimoniaba la excelencia de sus versos, elegidos de múltiples poemarios.
Doctorada (1997) con una tesis sobre J.C. Bonald, al escritor gaditano tiene dedicadas numerosas publicaciones, habiéndose ocupado también de personalidades como Quevedo, R. Pérez de Ayala, Ramiro de Maeztu, R. Gómez de la Serna, Gerardo Diego o M. Altolaguirre. En los tiempos últimos, viene coordinando con Luis de Llera Esteban (Don Benito, 1974), uno de sus maestros el volumen anual que los hispanistas italianos vienen dedicando a la cultura española.
Curtida en mil batallas con el lenguaje, Flores nos sorprende con Las razones del alma, novela de alcance metaliterario, cuyo argumento principal lo constituyen precisamente los avatares del autor novel ante el discurso narrativo. Los sufre hasta la angustia uno de los dos protagonistas, Pablo, veinteañero llegado a Madrid desde la montaña leonesa con el propósito de hacerse un nombre en el mundo de la narración. No encuentra forma de estructurar su relato, aunque evidencia sólida cultura. (Las citas, alusiones, transliteraciones, guiños, evocaciones y paráfrasis de los más grandes se multiplican a lo largo de la obra: Cervantes, Larra, Dostoievski, Baroja, Unamuno, Kafka, Joyce, Cela, Nabokov, Conrad, Faulkner, M. Twain, sin omitir poetas como Garcilaso, Rubén Darío, A. Machado, Salinas, Vallejo, Claudio Rodríguez o C. Bonald).
Para sobrevivir, se le ocurre demandar a través de los medios la ayuda de algún mecenas generoso, papel que asume el segundo protagonista, Pepe Lozano, contrapunto vital e ideológico del escritor en ciernes, al que casi dobla en edad. Natural de Burguillos del Cerro, aunque criado en Madrid, emprendedor y bon vivant, goza de sólida economía e inquietudes culturales, más fuertes de las que le gusta reconocer. Como Don Quijote y Sancho, ambos personajes irán asumiendo rasgos el uno del otro, según se desarrollan las relaciones, cada vez más profundas, que a partir del convenio inicial irán estableciéndose. La presentación de las mismas constituye el núcleo casi excluyente de la obra.
Más que dialogar en sus casi cotidianos encuentros, cada uno desencadena peroratas que el otro escucha, si bien sotto voce matice, apostille, cumplimente, niegue o afirme. De ahí la multiplicación de paréntesis, incisos, guiones o barras que se interfieren y no dejan de relentizar la lectura. La calidad de la prosa, siempre pulcra, según cabe esperar de alguien tan experta en los campos de la lírica, se enaltece cuando reproduce (literatura de la literatura) pasajes, más bien fragmentos líricos, que Pablo va componiendo para lo que se le antoja novela en definitiva imposible.
Lo sería, si él mismo no llegase a descubrir, gracias a la sensatez de Pepe (principio de placer, versus principio de realidad, aunque se trasmuten las encarnaciones), qué puede funcionar como estructura del libro: referir, “sin faltarle el respeto al arte”, la hermosísima historia que entre el escritor y su mecenas ha ido desarrollándose durante los pocos meses de relación. Las dotes de María José Flores para el análisis sicológico resultan iluminadoras e introducen al lector a través de los entresijos íntimos de los espíritus sensibles, interesándolo cada vez más en este relato casi ucrónico (Pablo maneja una Olivetti), donde apenas importa (salvo leves evocaciones de la infancia del dúo protagonista: se pierden por las orillas melancólicas del recuerdo) más que la con-fusión creciente de caracteres en origen tan dispares. Pablo, malgrè lui, aceptará trabajo de oficinista, y Pepe se atreverá con la escritura. Pero ninguno renunciará al atractivo mutuo, que los embarga de modo absorbente. La borrachera final es el broche de oro, nocturno y esperpéntico, capaz de fundirlos en un abrazo de alcohol y empatía. Como se confunden en la buena literatura realidad y ficción, lenguaje y silencios, referencias e ilusiones.
María José Flores Requejo, Las razones del alma. Mérida, ERE, 2022.