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Manuel Pecellín

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LA PRIMERA AVENTURA POR EL AMAZONAS

Entre la más atractiva literatura a que dio lugar el descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo por los españoles figuran las “cartas de relación”. Se trata de escritos que a menudo componen los propios participantes en los acontecimientos, para dar cuenta (más o menos interesada) de cuando han contemplado, como testigos de excepción. Las más famosas son seguramente las redactadas por el mismo Hernán Cortés, quien las dirige al Emperador Carlos. Pero no resultan menos atractivas otras, como la Relación del nuevo descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas, que el dominico trujillano escribió para dejar memoria de una de las mayores gestas hasta entonces habidas y, a la vez, salir en defensa de su paisano Orellana, el Capitán que la dirigió. Éste y una larga cincuenta de hombres entran en el gran río para buscar comida con que socorrer las huestes de Gonzalo Pizarro, a quien sirven en la búsqueda del “país de la canela” . No serán desertores, sino marineros forzosos. El ímpetu de la corriente les impide volver atrás y optan por buscar la lógica salida el Océano, que nunca creyeron tan distante. Lo alcanzan al fin, pero no sin pérdidas de vida, enfermedades, lesiones y sufrimientos miles. Y también tras haber experimentado emociones iinigualables.
De todo da cuenta detallada el buen fraile, que acompañaba y asistía espiritualmente a tan esforzados hombres. Su relato manuscrito (1547), perteneció al gran bibliófilo extremeño Duque de T´Serclaes y se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Vio la luz ( Sevilla, 1895) merced a la transcripción (discutible) hecha por José Toribio Medina. El Consejo de la Hispanidad lo reeditó el año 1944 y también se publicó otra en Cáceres (1952), como folleto humilde y de corta tirada. Esta nueva edición, a cargo de Ignacio Rubio, sigue la del benemérito historiador chileno (Santiago de Chile, 1852-1930) considerado el más importante bibliógrafo de Hispanoamérica, aunque mejorándola merced al mejor desarrollo de las técnicas paleográficas.
“Yo, el menor de los religiosos de la Orden de nuestro religioso padre Santo Domingo, he querido tomar este poco trabajo y suceso de nuestro camino y navegación, así para decirla y notificar la verdad en todo ello; como para quitar ocasiones a muchos que quieran contar esta nuestra peregrinación o al revés de cómo lo hemos pasado y visto. Y es verdad en todo lo que yo he escrito y contado, y porque la prodigalidad engendra fastidio, así, superficial y sumariamente, he relatado lo pasado por el Capitán Francisco de Orellana y por los hidalgos de su compañía y compañeros que salimos con él del real de Gonzalo Pizarro, hermano de don Francisco Pizarro, marqués y gobernador del Perú. Sea Dios loado. Amén”, avisaba el autor, que perdería un ojo por certero flechazo.
Sigue valiendo la pena leer aquella aventura, en la que sufren hambres imposibles (“no comíamos sino cueros, cintas y suelas de zapato cocidos con algunas yerbas”); construyen casi de la nada un resistente bergantín; se enfrentan a millares de indios (“los arcabuces y ballestas, después de Dios, eran nuestro amparo” ; descubren y luchan contra las amazonas; se admiran y describen una flora y fauna riquísimas; se hacen pasar por “hijos del sol” ante los pueblos menos belicosos (“defienden sus personas muy como hombres”) ; ponen nombre también al Río Negro (“que corría tanto y con tanta ferocidad”), afluente del Amazonas, y sobre todo, se da cuenta de su gigantesca caudal (“”las olas más trabajosas y más que en el mar andaban”).

Gaspar de Carvajal, Relación del nuevo descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas. Trujillo, Ayuntamiento, 2011

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