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Manuel Pecellín

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FÉLIX GRANDE LLORA EL HOLOCAUSTO

Natural de Mérida (1937), trasladado con su familia a Tomelloso, donde se crió, y residente en Madrid, académico de la Real de Extremadura, Félix Grande es uno de los escritores españoles más destacados, como poeta y novelista. Desde su primer poemario, Taranto. Homenaje a César Vallejo (compuesto en 1961, aunque apareciese antes Las piedras, premio Adonais 1963), la voz lírica del autor, inconfundible, no ha ido sino reafirmándose en sus singulares características: lenguaje desgarrado y sintaxis desestructurada, a tono con las sensaciones hirvientes que impregnan los versos; solidaridad con los pobres del mundo; compasión por la suerte desdichada de los hombres; “fraternidad insurgente con los segregados que pretende subvertir el statu quo en el que se arrellanan las injusticias” (Ángel L. Prieto de Paula ); interés por los motivos musicales; la perpleja atención a las increíbles contradicciones del discurrir humano; creatividad lingüística, que tantas veces lo conduce a los límites del surrealismo o el expresionismo más radicales, y, por proseguir en el oxímoron, una insobornable fidelidad, felizmente conjugada, a sus dos grandes mentores: Antonio Machado y César Vallejo .
Desde 1971, cuando lo hizo por primera vez, Grande gusta de ir recogiendo su produciendo poética con el título, nada inocente, de “Biografía” (la vida del auténtico poeta son en realidad sus poemas, y al revés). En cada entrega incluye los versos anteriores en los que más se reconoce, añadiéndoles en muchos casos un preliminar explicativo y un poemario hasta entonces inédito. Así ocurre con la última que acaba de publicar, un volumen de 500 páginas, donde se reproducen no sin retoques, merced a un encomiable esfuerzo autocrítico, junto a los dos libros iniciales antes citados, Música amenazada (Premio Guipúzcoa 1965), Blanco spirituals (Premio Casa de las Américas 1967), Puedo escribir los versos más tristes esta noche, Las rubáiyátas de Horacio Martín (Premio Nacional de Poesía 1978) y La noria, todos los cuales han sido también múltiples reeditados como títulos exentos. Ahora se publican con un importante estudio introductorio de Prieto de Paula y la nueva obra del autor, La cabellera de la Shoá.
Según el célebre dictum de Théodor Adorno, repetido en no pocas versiones, escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. El símbolo máximo del holocausto judío requeriría más bien el silencio, roto por fortuna muchas veces por voces conmovidas. Como la de Félix Grande, luego de visitar el terrible campo de exterminio, donde a tantos millones de israelitas (también de otras etnias). “Para tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una tumba en los aires, ahí no hay estrechez “, dejó escrito el horror de Paul Celan. Las casi dos toneladas de pelo cortado a las mujeres y que aún se guardan en el museo de Auschwitz (las fábricas de los nazis utilizaron las cabelleras cortadas a los después gaseados para elaborar telas impermeables), revolvieron las entrañas del poeta por encima de los hornos crematorios, horcas o montones de gafas y zapatitos de niños también allí conservados para irritación y vergüenza de cuantos visitan aquel monumento a la “banalidad del mal” (Hannah Arendt). Allí se consumó, fríamente planificada, la “shoa” (etimológicamente “catástrofe”) de más de seis millones de personas que no respondían al ideal de la “raza aria”.
Con todos ellos llora, se irrita, avergüenza, denuncia y clama Félix Grande en este poema-libro, un clamor trémulo que se mantiene de principio a fin, donde caben las evocaciones dolorosas del cante jondo, el punteado machacón de las letanías, los balbuceos creativos de la escritura surrealista automática o la perfección rotunda del soneto (magnífica la paráfrasis del “Miré los muros de la patria mía” quevedesco). Vale la pena leer cómo valor Grande este trabajo que cierra el volumen: “Cierra también, escribe, la puerta a cualquier rastro de candor que pudiera disminuir la puerta de cualquier rastro de candor que pudiera disminuir el desvelo de mi conciencia. Vivir es para mí un prodigio porque la especie humana a la que pertenezco no es incapaz de edificar la arquitectura de lo portentoso. Pero es también una forma de estupor y un empujón del compromiso por cuanto la especie en donde habito es capaz de abominaciones cuya realidad derrota a los ejércitos de la imaginación. Que sea Elie Wiesel quien me ayude a cerrar esta nota: “Auschwitz no se comprende con Dios ni sin Dios”.
Félix Grande, Biografía. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011

Natural de Mérida (1937), trasladado con su familia a Tomelloso, donde se crió, y residente en Madrid, académico de la Real de Extremadura, Félix Grande es uno de los escritores españoles más destacados, como poeta y novelista. Desde su primer poemario, Taranto. Homenaje a César Vallejo (compuesto en 1961, aunque apareciese antes Las piedras, premio Adonais 1963), la voz lírica del autor, inconfundible, no ha ido sino reafirmándose en sus singulares características: lenguaje desgarrado y sintaxis desestructurada, a tono con las sensaciones hirvientes que impregnan los versos; solidaridad con los pobres del mundo; compasión por la suerte desdichada de los hombres; “fraternidad insurgente con los segregados que pretende subvertir el statu quo en el que se arrellanan las injusticias” (Ángel L. Prieto de Paula ); interés por los motivos musicales; la perpleja atención a las increíbles contradicciones del discurrir humano; creatividad lingüística, que tantas veces lo conduce a los límites del surrealismo o el expresionismo más radicales, y, por proseguir en el oxímoron, una insobornable fidelidad, felizmente conjugada, a sus dos grandes mentores: Antonio Machado y César Vallejo .
Desde 1971, cuando lo hizo por primera vez, Grande gusta de ir recogiendo su produciendo poética con el título, nada inocente, de “Biografía” (la vida del auténtico poeta son en realidad sus poemas, y al revés). En cada entrega incluye los versos anteriores en los que más se reconoce, añadiéndoles en muchos casos un preliminar explicativo y un poemario hasta entonces inédito. Así ocurre con la última que acaba de publicar, un volumen de 500 páginas, donde se reproducen no sin retoques, merced a un encomiable esfuerzo autocrítico, junto a los dos libros iniciales antes citados, Música amenazada (Premio Guipúzcoa 1965), Blanco spirituals (Premio Casa de las Américas 1967), Puedo escribir los versos más tristes esta noche, Las rubáiyátas de Horacio Martín (Premio Nacional de Poesía 1978) y La noria, todos los cuales han sido también múltiples reeditados como títulos exentos. Ahora se publican con un importante estudio introductorio de Prieto de Paula y la nueva obra del autor, La cabellera de la Shoá.
Según el célebre dictum de Théodor Adorno, repetido en no pocas versiones, escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”. El símbolo máximo del holocausto judío requeriría más bien el silencio, roto por fortuna muchas veces por voces conmovidas. Como la de Félix Grande, luego de visitar el terrible campo de exterminio, donde a tantos millones de israelitas (también de otras etnias). “Para tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una tumba en los aires, ahí no hay estrechez “, dejó escrito el horror de Paul Celan. Las casi dos toneladas de pelo cortado a las mujeres y que aún se guardan en el museo de Auschwitz (las fábricas de los nazis utilizaron las cabelleras cortadas a los después gaseados para elaborar telas impermeables), revolvieron las entrañas del poeta por encima de los hornos crematorios, horcas o montones de gafas y zapatitos de niños también allí conservados para irritación y vergüenza de cuantos visitan aquel monumento a la “banalidad del mal” (Hannah Arendt). Allí se consumó, fríamente planificada, la “shoa” (etimológicamente “catástrofe”) de más de seis millones de personas que no respondían al ideal de la “raza aria”.
Con todos ellos llora, se irrita, avergüenza, denuncia y clama Félix Grande en este poema-libro, un clamor trémulo que se mantiene de principio a fin, donde caben las evocaciones dolorosas del cante jondo, el punteado machacón de las letanías, los balbuceos creativos de la escritura surrealista automática o la perfección rotunda del soneto (magnífica la paráfrasis del “Miré los muros de la patria mía” quevedesco). Vale la pena leer cómo valor Grande este trabajo que cierra el volumen: “Cierra también, escribe, la puerta a cualquier rastro de candor que pudiera disminuir la puerta de cualquier rastro de candor que pudiera disminuir el desvelo de mi conciencia. Vivir es para mí un prodigio porque la especie humana a la que pertenezco no es incapaz de edificar la arquitectura de lo portentoso. Pero es también una forma de estupor y un empujón del compromiso por cuanto la especie en donde habito es capaz de abominaciones cuya realidad derrota a los ejércitos de la imaginación. Que sea Elie Wiesel quien me ayude a cerrar esta nota: “Auschwitz no se comprende con Dios ni sin Dios”.

Félix Grande, Biografía. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011

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