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Manuel Pecellín

Libre con Libros

JOYA BIBLIOGRÁFICA

Según loable costumbre, que parece ya bien asentada, el Ayuntamiento pacense viene facilitando cada año, en ocasiones distintas (Feria del libro, Premios de Ciudad Badajoz, etc.) el rescate de alguna obra antigua, inédita hasta el momento, tal vez desconocida o acaso ya inasequible. Además, la edición suele venir acompañada del correspondiente estudio introductorio a cargo de especialistas en la materia. De esta forma, se han recuperado para el gran público un buen número de textos medievales (los más), modernos o incluso decimonónicos, por lo general ahora cuidadosamente impresos. Cuando la lectura del texto elegido se hace difícil (no es el caso esta vez), a la publicación, casi siempre facsímil, se le acompaña la oportuna transcripción al castellano actual.
El que este octubre de 2011 se ha entregado a cada una de las casi cuatrocientas personas reunidas en la velada donde se dictó el fallo de los premios, en sus cinco modalidades (poesía, novela, escultura, pintura y periodismo), es un auténtica joya bibliográfica. Procede del fondo Clot-Manzanares de la Biblioteca Regional de Extremadura y, según apunta en el folleto explicativo adjunto Joaquín González Manzanares, no se sabe que figure en ningún otro sitio, ni siquiera en la Biblioteca Nacional. Como tampoco ha podido el presidente de honor de la UBEx (Unión de Bibliófilos Extremeños) encontrar noticia alguna de Don Antonio Sandalio Sánchez, el autor de esta obrita, que fue impresa en la ciudad de Badajoz el 6 de junio de 1810 por la Imprenta del Gobierno. Se la dedicó al Marqués de la Romana, por entonces “dignísimo general en Gefe del exército (sic) de la izquierda”.
Según enseña Gómez Villafranca en su impagable libro sobre la Guerra de la Independencia en Extremadura, aquel prócer (Palma de Mallorca, 1761), un militar de ideas ilustradas, políglota y bibliófilo de altura, había llegado a Badajoz a finales de enero de 1810 para ponerse al frente del ejército acampado en la orilla izquierda del río. La Junta extremeña le socorrió cuanto pudo, temerosa de que los franceses, hasta entonces derrotados, se preparaban para el pronto y definitivo asalto de los sólidos muros badajoceños.
Con el fin de animar a los soldados españoles, y aun a la esforzada ciudadanía, ante el inminente ataque debió de componer esta pieza el espontáneo o comprometido escritor. Se trata de un poemario cuyo corpus lo constituyen veintinueve octavas reales, más el romancillo hexasílabo, una décima y tres cuartetas de presentación, amén del romancillo heptasílabo epilogal. Un total, pues, de casi 300 versos, que abren con estos dos latinos: “carmina deorum loquela semper manebunt/: ita Jovis datur tuba versus canenti” (“los poemas serán siempre el lenguaje de los dioses/ pues la trompeta de Júpiter se concede al que canta versos”). Es una supuesta Ninfa del undoso Guadiana (como las que Garcilaso puso en el Tajo) quien dirige estas épicas estrofas a militares, paisanos e incluso guerrilleros de los olivares próximos para que continúen la heroica resistencia frente a los escuadrones napoleónicos, como se ha hecho, dice, en Zaragoza, Gerona o Bailén. A la postre, su lírico alegato, de clásicas resonancias, resultaría menos eficaz que los cañones del invasor. Pero hoy, dos siglos después, todavía sirve para revivir las difíciles circunstancia en que al pueblo de Badajoz se le incitaba a que salvase la ciudad, “pues juró defender a toda ley/ la religión, la patria y a su rey”. Mucho después, en circunstancias no del todo disímiles, Antonio Machado explicará cómo a muchos se les llena la boca hablando de la patria, pero es el pueblo humilde quien realmente sale en su defensa, incluso a costa de su propia sangre, cuando la ocasión lo exige.

Antonio Sandalio Sánchez, La Ninfa de Guadiana o los esforzados paisanos de Badajoz. Badajoz, Ayuntamiento, 2011.

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