El cine, que tanto gusta a Juanma Cardoso (Badajoz, 1963), nos ha deparado escenas conmovedoras de amores posibles que los propios protagonistas hacen abortar por razones éticas. Ejemplo podría ser el de Meryl Streep, ama de casa que en Los puentes de Madison decide continuar al cuidado de marido e hijos en vez de seguir la nueva música suscitada en su corazón por el atractivo fotógrafo del National Geographic (Clint Eastwood). Pero el gran estereotipo continuará siendo el Rick de Casablanca (H. Bogart), capaz de permitir que su antigua novia (Ingrid Bergman) lo abandone por un líder de la resistencia antinazi.
Dos frases del oscarizado film que dirigiese (1942) M. Curtiz permanecen en nuestra memoria colectiva: “Presiento que éste es el comienzo de una hermosa amistad”, le dice Bogart a Louis, el jefe de la policía francesa”, cómplice en la fuga del resistente checo, y el conmovedor “Siempre nos quedará París”, como consuelo para los antiguos amantes.
A ninguna de las dos alude con el título de su nueva obra el autor, siempre herido por enamoramientos difíciles, quizás frustrados. Elige otra, más acorde con su carácter indulgente e irónicamente estoico, en la que el exmiembro de las Brigadas Internacionales le pregunta a quien sabe le arrebatará la mujer amada “por qué, entre tantos miles de cafés”, Víctor Laszlo ha tenido que venir al suyo, donde el pianista negro tiene prohibido tocar As time goes by, fuente de todas sus evocaciones.
Jefe del Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de Badajoz, profesor de Documentación en la UEX, articulista de La Crónica y el Periódico Extremadura, presidente durante casi cuatro lustros de la Asociación de la Prensa pacense, Juanma Cardoso es figura casi ineludible en todas las actividades culturales de la ciudad, donde se le respeta por su cultura, ingenio y bonhomía. Cuenta, además, con una prolífica producción literaria, en prosa y verso, fácil de localizar en la red.
Cuando Bogart dijo aquello pudo constituir otra de sus entregas líricas, dado el número y extensión de los poemas, prácticamente todos construidos en torno a una voz que se dirige de forma emocionada a la mujer perdida. No obstante, según ocurre con la famosa caja de cerezas, un ramito tira de otros y puede ocurrir que sean muchos los que se agavillen tras la entrega inicia, aunque aquí el arranque se incluya como parte última del libro. Otras cuatro le anteceden en este dolorido “pentateuco” amoroso (así lo definiría Faustino Lobato en la presentación), todas inspiradas en creaciones artístics de diferente género, pero idéntica temática. Cada una podría presentarse como un poemario exento. Se lo ha querido dedicar a Luis Alberto de Cuenca y José L. García, “por tantas horas de cine y poesía”.
Cyrano de Bergerac es otro paradigma literario de amores no correspondidos. El autor se identifica con ese feo, generoso, audaz personaje. Inspirándose en textos de E. Rostand, que presiden cada composición de esta parte inicial, el sujeto lírico se dirige a la bella ausente, acaso un punto despreciativa, abriéndole su corazón a punto de sangre. Se identifica después con los grandes creadores plásticos (fundamentalmente, el pintor prerrafaelista E. B. Leighton) cuyos óleos han sabido expresar en imágenes los sentimientos que lo embargan. No podían faltar los besos de R. Lichtenstein, Toulouse-Lautrec, Klimt, F. Hayer, Bouguereau, Fragonard, Doisneau, Rodin y Picasso. Las canciones más escuchadas en los decenios últimos inspiran la parte tercera, con la voz desgarrada de Kurt Cobain, Calamaro, M. Peyroux, Mecano, Nacho Vegas, The Police, Extreme, Sabina, Diego el Cigala o S. Makaroff (“He vendido tantos poemas de amor….”. Por último, en estrofas breves y de metro corto, se rinde homenaje a personalidades históricas admiradas (Teresa de Calcuta, J.L. Borges, Saint-Exupery, M. Luther King, Cortázar, F. Sagan, M. Kundera), cuyas palabras van encabezando los poemas correspondientes.
Incluso malherida, la pluma de Cardoso siempre escancia en manantial sereno (A. Machado). En los momentos álgidos, se puede desbordar incontinente, alterándose con ritmos anafóricos, que repiquetean las emociones turbadoras, o desarrollando vendavales lingüísticos, para recuperar pronto la serenidad expresiva. Con todo, sus versos, blancos y libres, en largas cadencias o sucintos constructos, según los casos, nos reconfortan, aunque nunca las frases hechas lograron explicar/el infierno del amor lejano o perdido (pág. 272).
-Cardoso, Juanma, Cuando Bogart dijo aquello. Badajoz, Fundación CB, 2024