La literatura memorialística parece haberse incrementado durante los lustros últimos en sus diferentes modalidades (autobiografías, diarios, cartas, soliloquios, confesiones, memorias puras y otros textos de carácter íntimo) próximas a la narración rigurosa, unas; teñidas de imaginación novelesca y disfraces, otras.
El viento sobre las jícaras (reconoce que tiene su origen en otro anterior, Wind, 2017) es un relato intrahistórico, en la que la autora recoge los hitos más relevantes de su propio discurrir existencial, las vivencias básicas en la construcción de su recia personalidad, a la vez que reflexiona sobre las mismas y los recursos psicológicos aptos para rescatarlas de posibles olvidos y las habilidades (meta) literarias con que verterlas.
Esperanza Mateos cuenta con mimbres expresivos sobrados y los sabe manejar hábilmente. Lo ha demostrado en publicaciones anteriores. Nació y se hizo bachiller en Zafra (aquí, el Pueblo Grande de las Calles Blancas), donde tuvo la fortuna de estudiar con un profesor excelente, Luciano (Feria), que supo descubrir y alentar las dotes creativas de aquella alumna pelirroja, tan vocacionada. Son muy numerosos los pasajes, desde principio a fin, que reconocen explícitamente el magisterio del poeta y novelista segedano.
La escritora veranea en Trujillo con sus familiares y, tras licenciarse por la Universidad de Extremadura, enseñará Lengua y Literatura en el Puerto de Santa María (la Ciudad de las Jacarandas), donde reside. Por medio, amores, trabajos, hija, luchas cotidianas, sin perder nunca del todo la vocación a la que el entonces su joven maestro la animase.
Sofía, la protagonista, trasunto de Esperanza, utilizará la jícara del título como elemento alegórico central. No en el sentido etimológico del término nathual (vasija de calabaza o cerámica para servir el chocolate); ni en el derivado por metonimia (cada parte de la tableta en que suele presentarse dicho producto). “Jícaras” son también los antiguos aisladores (también llamados “palomillas” en nuestra jerga infantil) de vidrio o cerámica que lucían en los postes de luz y teléfono. Los chiquillos gozábamos acribillándolas con el tirador. Hoy, se venden para lámparas vintage, pisapapeles o soportes de fotografías. Se constituyen así en guardianes de los recuerdos domésticos. Como los postes de El bosque animado en la fraga de Cecebre, que W. Fernández Flórez describió (1943), también aquellas jícaras recogieron y quizás guardan innúmeras comunicaciones. Su nombre se debe al parecido formal de estas piezas con el recipiente para beber el sustancioso producto del cacao.
Sólo hay que afinar el oído junto a sus cristales labrados y rescatarlas.
Las había en el humilde hogar de la escritora, cuyo padre supo superar todas las limitaciones sociológicas imaginables hasta ser Jefe de Telégrafos. Su figura estará presente en numerosas páginas, como rendido homenaje de la hija al progenitor, cuidado al fin en los tiempos agónicos del hospital, época del covid-19, con extraordinaria delicadeza. Junto a la presentación de sus relaciones con los amantes (Gonzalo y Mario, más la tozudez de la hija, Julia, en proseguir las clases de ballet, pese a las limitaciones de esa pierna titubeante, me parecen lo mejor del libro.
Escrita en una prosa cuidada, extraordinariamente densa, que no perdona a los lectores descuido alguno, adornada con multitud de alusiones a la música y el cine de cada momento, sin atención al orden cronológico, alterado por continuos feedbacks, me ha parecido una obra excelente. El epílogo nos conduce a la Ciudad del Norte junto al Mar (Santander) – allí vivieron sus mayores la primera superación sociológica, con abrigos de mejor clase (ella heredería uno) – de donde partirá el ferry que conduce a la autora y su amante motorista hasta la Ciudad Novelada (Dublín). “A veces me parece oír la voz de mi padre. O tal vez sea el viento, que se cuela por las ventanas, llega donde las jícaras, las sobrevuela, las acaricia y les despierta los secretos”, concluye.
Esperanza Mateos Donaire, El viento sobre las jícaras. Mérida, De la luna libros, 2025.