Cierta tarde de junio de 1906 se produjo un hallazgo revelador en Gargas, pueblecito del Pirineo francés famoso por sus grutas, ocupadas por humanos desde el Musteriense. Félix Regnault, librero de Toulouse y paleontólogo amateur, lleva casi siete lustros visitando las cuevas, pero hasta aquel día no descubrió unas llamativas pinturas sobre las cortinas calcáreas de las paredes: docenas de manos estampadas en negativo con plantillas merced a una mezcla de ocres, óxido de hierro y manganeso y grasa animal. Las hay de muchos tipos: rojas, negras, infantiles, adultas, sueltas, separadas… Todas tienen algo común: les faltan uno o más dedos. (¿Quién no recordará las de la cacereña cueva de Maltravieso, al parecer mucho más antiguas?).
Como explicación del fenómeno, se propondrán distintas explicaciones. Por encima de otras, se impuso la de una amputación ritual, claramente simbólica, con vistas a danzas o cultos de carácter religioso. En cualquier caso, aquel hombre primitivo, habitante de las cavernas, parece haber adquirido ya una dimensión vertical, el impulso hacia la trascendencia.
Así lo propone el autor en las páginas iniciales de su sugerente, caleidoscópico, documentado y bien escrito ensayo. Bruno Romaury (n. 1961) estudió Bellas Artes en Toulouse y se doctoró en Antropología Social en la Escuela de Estudios Superiores de Ciencias Sociales de París. Ha sido profesor en el Instituto Francés de la Moda, donde dirigió una colección de libros especializados. Autor de numerosas y apreciadas publicaciones, acaba de aparecer en Francia su libro Sur toute la surface de la Terre, con estructura semejante al que aquí se reseña y cuya aparición data de 2019 (Éditions Corti), traducido ahora al castellano por Blanca Gago.
El mismo año que Regnault descubre aquel santuario paleolítico (25.OOO a.C.), otras manos grabarán sus huellas negras en paredes, las de las galerías carboníferas de Courrières, donde acaba de ocurrir la mayor catástrofe minera contemporánea. Sólo se salvan trece hombres (algunos son tiernos adolescentes) de lis casi 2.000 que allí laboraban antes del grisú inflamado. Los dueños, ingenieros y capataces, con la complicidad de las autoridades, al conocer la explosión deciden salvar la mina, aunque perezcan los trabajadores, y ordenan cerrar las salidas y cortar el aire para que no se incendien las vetas. Podrían constituir un ejemplo de dimensión horizontal. La misma que el ensayista detecta en otros casos históricos, aquí referidos minuciosamente y que cabe entender como auténticos “archivos de la humanidad”. Tremendo resulta el de Isaac Woodard, pacífico soldado que sufre toda clase de vejaciones policíacas cuando regresa a USA desde Vietnam. ¡Pero es un negro! Por no decir el de Marie, rica burguesa incapaz de comprender las reivindicaciones de los obreros: vive en una casa señorial sobre la colina en cuyas faldas funciona la fábrica… que explota y deja decenas de trabajadores muertos.
Son pasajes álgidos de una obra poliédrica, que también puede detenerse y ofrecer algunos análisis sobre la doble proyección de los humanos en los afanes descubridores de C. Colón y Américo V., las pinturas de Jackson Pollock, los dibujos de Leonardo da Vinci, las fotografías de August Sander y Diane Arbus o las angustias de la joven emigrante europea inmigrante recién llegada a Ellis Island hasta afincarse en USA, país cuyas pretensiones de supremacía mundial resultan discutibles.
El título evoca forzosamente el de la novela que Helen Eustis publicó en Buenos Aires el año 1946 (Editorial Estuario), El hombre horizontal. Por mi parte, tras sosegada lectura, suscribo sin reservas la conclusión de la sinopsis editorial:
“Con un portentoso don para establecer asociaciones, un ritmo narrativo extraordinario y una escritura en estado de gracia en la que se da una perfecta comunión entre el arte del relato y la especulación ensayística de índole antropológica, en la estela de Quignard o Michon, Remaury desentraña los hilos invisibles con los que se entretejen los azares de la Historia y la intrahistoria”.
Bruno Remary, El mundo horizontal. Cáceres, Periférica, 2025.