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Manuel Pecellín

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ENTRE EL GÉNESIS Y DARWIN

Eça de Queirós (1845-1900) es considerado por muchos como el máximo representante de la escuela realista portuguesa. Se le ha llamado el Flaubert luso y conocido es como Jorge Luis Borges lo incluyó en su ‘Biblioteca Personal’, afirmando del autor de El crimen del Padre Amaro y otras novelas inolvidables que “la tardía crítica internacional lo consagra ahora como uno de los primeros prosistas y novelistas de su época”.
Adán y Eva en el Paraíso, una esta narración corta (60 páginas), excelentemente escrita, propone una nueva lectura de los primeros versículos del Génesis, donde se describe la creación del mundo, culminada con la de nuestros primeros padres. La entendemos como una paráfrasis del relato bíblico a la luz de las tesis evolucionistas, ya muy desarrolladas cuando apareció la obra del genial portugués (1897). Se publicó en el Almanaque Enciclopédico de Lisboa, dirigido, como todos los de su género, al gran público.
Adán y Eva simbolizan aquí no ya los dos individuos de la especie humana, directamente creados por Dios con sus propias manos, sino el conjunto de nuestros primeros antepasados, el “homo erectus” que, descendido de su hábitat arbóreo, ha de luchar contra los grandes mamíferos para no de perecer de hambre, encontrar un código lingüístico con que comunicarse entre sí, refugiarse en cuevas, hacer fuego, domesticar animales, construir herramientas, aprender a cocinar y, por última, asentarse en poblaciones fijas tras descubrir la agricultura. Todo este extraordinario proceso, de cientos de miles de añós, Queirós lo resume en los que habría durado la vida de “Adán” y “Eva” (con especial protagonismo para esta última), tomados así como personas singulares, aunque sin duda funcionen como el prototipo de la humanidad “primitiva”. El genial escritor describe este proceso sin incurrir en descalificaciones del texto veterotestamentario, al que trata más bien como un discurso alegórico, que como tal debe ser leído a luz de los descubrimientos de la Ciencia. Y lo hace no con el rigor de un hermeneuta bíblico, sino dejándose guiar por la fuerza imaginativa y el humor irónico de los grandes creadores. Frente a las interpretaciones creacionistas de las mentes más tradicionales, como Usserius, obispo y canciller mayor de San Patricio en sus Annales Veteris et Novi Testamenti, aquí citado burlonamente, atribuyéndole sostener que Adán fue creado el 28 de octubre a las dos de la tarde, el novelista nos presenta a Adán como el “homo erectus” que, tras bajar de los árboles con ayuda de Jehová, se dirige hacia el Paraíso. El Edén no es un “locus amoenus”, sino un duro bosque, próximo al mar, por donde se pasean ictiosauros, plesiosaurios, mastodontes, tigres y otras fiestas deseosas de comerse a aquel primer hombre, que apenas sabe emitir unos gruñidos. La pareja irá dando poco a poco al homo sapiens, luego de comer el fruto prohibido del Árbol de la Ciencia, capaz de dominar el mundo y transformarlo. Todo según los planes auténticas de ese Dios que “nos enseñó , a través de las voces que se alzaron en Galilea, y bajo los mangos de Veluvana y en los severos valles de Yen-Chu, que la mejor manera de amarlo es que nos amemos los unos a los otros y que amemos toda su Obra” (pág. 77).
La edición de Periférica lleva prólogo del traductor mismo, Juan Sebastián Cárdenas.

Eca de Queirós, Adán y Eva en el Paraíso. Cáceres, Periférica, 2011.

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