Como ‘doradas avecillas’ cantó el poeta francés de la Pléyade a las abejas. Inspirándose en Ronsard, Luz Domínguez puso este título metafórico al ensayo que dedica a tan laboriosos y sociales himenópteros. El libro acapara desde el primer momento nuestro interés, no porque enseñe cosas desconocidas, sino por esa mezcla de documentación, datos experimentales, evocaciones infantiles, denuncia social e impulso ético con el que está escrito.
Nacida en Cáceres (1966), licenciada en Historia del Arte , la autora es hija de un apicultor, que supo iniciarla desde sus primeros años en el amor a la naturaleza, la solidaridad y el respeto a tus congéneres, valores que las abejas encarnarían de forma relevante. Luz se dice ciudadana del mundo, defensora de los derechos humanos, militante por un orden social más justo. Ha sido voluntaria en diversas ONGs y ha recorrido buena parte del planeta. De uno de sus viajes ( también recordado en estas páginas), nació Tiempo Etíope, que le publicó la Editorial Sepha. Se trata, según la crítica, de un texto que descubre, sin didactismos cargantes, lo que resta de uno de los estados más antiguos del mundo, los nudos multicolores en los que hoy resulta el entrecruzamiento de las culturas mas variadas. Hace poco, obtuvo el VII Premio Internacional Sial de Narrativa (2007) con Charing Cross , también de inspiración viajera y humanística.
Como en un buen tratado de etología, aunque sin aparataje técnico –o, mejor, subsumido éste en la fluidez del discurso -, Las doradas avecillas… proporciona ante todo sólida información sobre el fascinante mundo de la colmena y las labores allí tan meticulosamente desarrolladas : receptáculos, geometría de los panales, número de abejas, su estructura orgánica, división social del trabajo según los distintos especímenes, productos obtenidos y sus virtudes (miel, polen, cera, jalea real, propóleos…), datos de consumo, formas de comportamiento ad intra y ad extra, vida sexual, las ventajas de la polinización, los últimos inventos de la apicultura, etc. Luz se apoya en sus propias observaciones, las enseñanzas familiares y la lectura de los clásicos en el tema (singular atención a Maeterlinck, premio Nobel), sin excluir estudios recientes, como el aparecido en la prestigiosa Science et Nature, donde se descifraba el genoma de las abejas. Y siempre con el paisaje extremeño al fondo.
Numerosos pasajes revelan la relación de las personas con tan benéficos seres. Las pinturas neolíticas de la Cueva de la Araña (en Bicorp, Valencia) con imágenes sobre la recolección de miel; las recetas conservadas en el Papiro Ebers ; los múltiples testimonios de las culturas azteca , maya, judeocristiana y musulmana; tantas inscripciones grecolatinas; el Lalibela etíope … nos dicen el buen trato que todos los pueblos conceden a ese reino mágico y sublime del mundo apícola. Como son incontables las referencias literarias que se recogen, desde Virgilio a Cervantes, Machado o García Lorca, sin omitir el refranero popular . ( El libro concluye precisamente con un poema de Federico, ‘El canto a la miel’). El tercer bloque temático lo constituyen las consideraciones filosóficas que Luz va permitiéndose según compara la conducta de las abejas con la del hombre moderno, no precisamente a favor del segundo. Respetuosa al máximo con el medio, entregada al cultivo de la comunidad, extremadamente limpia, valerosa e imaginativa ante las adversidades climáticas, infatigable, la diminuta ‘melis apis’ tiene no poco que enseñar al ‘homo sapiens’. Efectivamente, «inmersos en días de ritmos frenéticos, apresados por la locura del consumismo fugaz, sentenciados por el reloj global, fagocitados en la prisa voraz por llegar a ningún lugar, esclavos de absurdas y obligadas tareas que más que enriquecer consiguen menguar la esencia humana … nadie mejor que ellas, mis dulces abejas, las avecillas doradas de Ronsard, para sugerirnos cultivar una mirada amplia y generosa, una mirada tierna e inocente como la de los niños, donde todo puede existir y acontecer, una democrática mirada que traspasa vallas, muros o fronteras, una mirada-puente que abraza la vida al contemplar el paisaje, tanto el urbano como el humano, el real o el imaginado, de forma cariciosa», concluye la ensayista.