Enrique Falcó (Badajoz, 1978) difícilmente podía eludir la carrera
literaria, como nieto, hijo y sobrino que es de periodistas y
escritores. Bien demostradas tiene sus virtudes en las
colaboraciones semanales y el blog que mantiene en el periódico HOY,
sin omitir otras muchas entregadas a la revista digital El coloquio de
los perros (otro nombre cervantino en la red) o las letras de
numerosas canciones por él creadas. De los varios centenares de post
publicados, ha elegido sesenta para componer esta su primera obra.
Desde que los iniciase en el periódico regional, los leo asiduamente,
admirado por el aura de juventud, frescura, actualidad y bonhomía
que los impregna, sin que falte algún mandoble contra follones y
malandrines. Esos rasgos no han hecho sino incrementarse por efecto de
acumulación en el libro.
Cinéfilo, melómano y gastrónomo entusiasta, diplomado en magisterio y
croupier de profesión (no extrañarán los múltiples registros de sus
textos) Falcó no oculta su entusiasmo por Tintín, el famoso
protagonista del comic que Georges Remi (Hergé) creara a finales de
los 20 del pasado siglo. Y no menos le seduce un inseparable del
simpático reportero-detective, el capitán Archibald Haddock. Casi
siempre de malhumor amante de palabros rotundos (Troglodita,
Ectoplasma o Tormenta de Brest … especialmente sonoras en el francés
original), era tan adicto al whisky como un chivo a la leche. Pero no
a cualquiera, sino a uno que por entonces no existía en el mercado
(ahora, ya sí), el Loch Lomond, nombre procedente de un lago de la
patria de tan reconfortante elixir, Escocia, a unos kilómetros de
Glasgow, no lejos del misterioso Ness.
Es el nombre que, rozando el palíndromo, adopta Falcó para su blog y
ha querido trasmitir al libro: “Don de Loch Lomond”. Aparece con dos
preliminares que de ningún modo conviene
obviar. Uno lo suscribe el padre del escritor. Hombre curtido en
crónicas y reportajes miles, refiere las muy tempraneras inquietudes
del hijo y los rasgos que, a su entender, lo definen mejor. El
segundo lo suscribe otro familiar, Enrique García Calderón, el
admirado poeta que combina dotes creativas (acaba de publicar un nuevo
poemario en De la luna libros) con las seriedades de todo un fiscal
jefe de la Audiencia de Andalucía. Y hay también un prólogo del
propio Falcó, donde explica la diagénesis, el proceso como fue
generándose su obra, no distinto que el de tantas firmas muy
cotizadas hoy en el panorama nacional: reunir en una edición
colaboraciones, totales o antologadas, aparecidas en prensa. Aquí
todas llevan una guinda: El pequeño apunte con que se abren,
procedentes de la muy experimentada sapiencia en tales menesteres de
José Joaquín Rodríguez Lara, el inolvidable “Conchito” que un día ya
lejano ganase el Felipe Trigo. Obligado a elegir, yo me quedaría con
las entradas ”Catalanes”,
“!Tintin no es gay¡” , Tintín es inocente”, “Placeres sencillos”,
”No llegamos” y “Los frustrados hijos de la clase media”.
Hay autores que escriben como si en ello les fuera la vida. Se
enfrentan al papel o a la pantalla de forma agónica, buscando
lectores cómplices a los que implicar en esa lid contra los límites
del lenguaje u otras obsesiones. Y los hay que, sin renunciar a
mayores alcances, lo que buscan más que nada es divertirse mediante la
palabra. A estos pertenece Falcó, un bromista impregnado de
optimismo, humor, espíritu lúdico y alegría de vivir, rasgos que
se le traducen en un verbo siempre lozano, hábil para engendrar y
mantener la sonrisa de los lectores. Y eso sin cerrar los ojos a las
duras realidades socioeconómicas , en una prosa bien cincelada,
construida con el lenguaje cotidiano, pero no exenta de belleza
merced a la acertada elección de los términos y al buen ritmo de su
discurso.
Enrique Falcó, Don de Loch Lomond. Badajoz, Indugrafic, 2012.