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Manuel Pecellín

Libre con Libros

La obra más cálida de Erasmo

Aunque con lentitud, seguramente explicable por causas sólidas, la Editora Regional de Extremadura prosigue en su empeño de facilitar a los lectores contemporáneos la lectura de los libros que componen la ya célebre ‘Biblioteca de Barcarrota’. Como se recordará, en esta población fueron localizados casualmente (1992), tras una pared, diez obras impresas y un manuscrito del siglo XVI. Según las investigaciones de Fernando Serrano (ver El secreto de los Peñaranda), fue un médico judío, natural de Llerena, quien ocultó dichas publicaciones, todas ellas explícita o implícitamente perseguidas por el Tribunal de la Inquisición en tales momentos.

Le toca ahora turno de salir a una de las más cálidas obras compuestas por Erasmo de Rotterdam, que la escribió e hizo publicar con el pie ya puesto en el estribo, poco antes de subirse a la nave que nunca ha de volver. La compuso en latín, titulándola escuetamente Lingua, y le añadió como apéndice un tratadito del griego Plutarco, que el mismo tradujo a la lengua del Imperio, el opúsculo De vitiosa verecundia. La Editora Regional de Extremadura los ha reeditado en dos volúmenes, con el hermoso diseño de la colección. Uno reproduce facsimilares los dos textos latinos (Lyon, 1538). El otro ofrece la versión castellana, que han realizado los profesores de la Universidad de Extremadura Manuel Mañas Núñez/ Luis Merino Jerez ( ‘La Lengua’) y César Chaparro (‘Sobre la mala vergüenza’), a quien se debe también el amplio estudio preliminar. Las abundantes notas a pie de página facilitan y enriquecen la lectura, a la vez que aclaran las opciones adoptadas, no siempre unánimemente seguidas, a la hora de traducir tales libros.

Erasmo llegaba al final de la existencia con el convencimiento de que sus tesis no eran bien entendidas por católicos ni por protestantes. Unos y otros, enfrentados de forma aún por entonces no definitiva, pretendieron atraerle. El holandés, hombre pacífico, irenista y ecuménico donde los hubiere, nunca se adhirió a Lutero, si bien reconocía cuánto de justificable (también desmedido), había en las críticas del alemán contra el Papado de Roma. Tampoco puso el calor que éste demandaba para domeñar las cada vez más potentes ‘protestas’. Erasmo seguía convencido de que todavía era posible la conciliación… siempre que ambas partes renunciaran a actitudes cerriles y, sobre todo, estuvieran dispuestas a eliminar las condenas prematuras, los ataques excesivos, las confrontaciones verbales desmesuradas, que abrían cada vez más heridas dolorosas. Tal vez intuía lo que ahora (casi cinco siglos, ¡ay!, después) reconocen prácticamente todas las Iglesias cristianas: muchas de las grandes cuestiones que entonces las dividieron – digamos, v.c., el célebre debate sobre la justificación por la fe o por las obras – no eran más que problemas mal planteados, un asunto de «lenguaje», pues ambos partidos venían a defender en el fondo las mismas ideas.

Desde esta perspectiva, tan contemporánea (se dice que el ‘giro lingüístico’ es el rasgo más notable de nuestra cultura ), creo que debemos leer La lengua de Erasmo. Por lo demás, la prosa castellana de esta traducción – hubo otra ya en el XVI, la de Bernardo Pérez de Chinchón – es magnífica, llena de lozanía, muy apta para hacer percibir la ingeniosidad, el humor irónico, los matices múltiples con que Erasmo se expresaba. Es cierto que esta obra del gran humanista no es la mejor estructurada de las suyas. Parece faltarse un eje conductor; los temas tratados, si bien no resultan digresiones injustificables, se desperdigan en exceso e incluso reincide en repeticiones evidentes. Pero este estudio del lenguaje, planteado, más que desde sus facetas filológicas, teniendo en cuenta lo que hoy se dicen los actos perlocucionarios (los que producen efectos sobre las acciones, pensamientos o creencias. de los oyentes) , es una de las grandes proclamas a favor de la paz y el buen entendimiento entre los hombres. La charlatanería vacua, la verborrea, la irreflexión y la agresividad son vicios que pueden corromper el más valioso de los dones, la lengua, preciosísimo instrumento para la paz, la concordia e incluso el placer si se la utiliza correctamente. Por desgracia, muchas veces son los responsables políticos y eclesiásticos, los teólogos y los frailes, quienes, con su insufrible incontinencia verbal, echan todo a perder, denuncia Erasmo. Debieron molestar especialmente a la Inquisición las páginas 288-308, dedicadas a poner en solfa las ‘calumnias de los monjes’. El holandés, que conocía bien el paño desde dentro, no se limita a criticar, sino que también desarrolla los oportunos remedios. La inclusión del opúsculo de Plutarco pretende ‘faire le point’: tampoco es recomendable la vergüenza excesiva, el pudor pacato a la hora de hablar. Saber negarse a demandas injustas, plantarle cara a los prepotentes, descubrir en público al mentiroso o violento (pero sin incurrir en sus propias exageraciones) es virtud que los jóvenes deben aprender, recomendaba Plutarco y apoyó Erasmo.

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