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Manuel Pecellín

Libre con Libros

MÉRIDA NO SE RINDE

Hace ya más de dos lustros, Sánchez Adalid (Villanueva de la Serena,1962), tras la primicia de La luz del Oriente (finalista del Felipe Trigo), tuvo una feliz irrupción en las letras castellanas con El
Mozárabe (Ediciones B, 2001). Numerosos títulos posteriores (Félix de
Lusitana, La tierra sin mal, En compañía del sol, El cautivo, La
sublime puerta, El caballero de Alcántara, Los milagros del vino,
Galeón, El alma de la ciudad), premios literarios (Fernando Lara,
2007; Alfonso X el Sabio, 2011) y reconocimientos sociales (Medalla de Extremadura, Homenaje de la UBEx, Premio Extremeños de HOY) vendrían a confirmarlo como uno de los escritores con más proyección pública.
Aunque no pocos críticos le achaquen notables defectos a sus novelashistóricas (estructura elemental; frecuentes discordancias entre lo narrado en las mismas y la realidad documentada o el escaso interés del autor por la calidad estilística de su prosa), lo cierto es quepocos pueden presumir de contar con tantos y tan fieles lectores.
Si El mozárabe retrató la Córdoba de los Califas, durante
el siglo X, donde cristianos y musulmanes pugnan por convivir en un
medio cultural y políticamente efervescente, Alcazaba repite algunos
de esos parámetros, aunque enriquecidos en no pocos aspectos. El
marco histórico es la Mérida de la centuria anterior, cuando la vieja
y poderosa ciudad aún se resiste a perder antiguos privilegios y
someterse a un poder foráneo. Al amparo de sus inexpugnables murallas
romanas, en barrios bien definidos, laboran, rezan, se divierten,
sufren y aman las distintas comunidades allí reunidas: judíos,
muladíes, rumíes, bereberes, árabes …, capaces tal vez de olvidar
enfrentamientos ancestrales y unirse para impedir que el poderoso
Califa cordobés los someta.
Como en él es habitual, Sánchez Adalid atina creando personajes de
fácil identificación, estereotipos bastantes de ellos con
reconocibles raíces culturales y que funcionan perfectamente para
representar al grupo propio: Judit al-Fatine, “la Guapísima”, una
israelí más bella que lúcida, pronto viuda del simple Aben Ahmad al
Fiqui; su amante, Muhamad, el joven y frívolo señor del castillo de
Alange (el autor rinde tributo al lugar donde habita), hijo del
ambicioso Marwán al-Jilliqui (guiño al fundador de Badajoz) , sin
duda el protagonista más complejo; Sulaymán Aben Martín, cabeza de
los musulmanes humildes; el duc Claudio o el obispo Ariulfo, en nombre
de los hispanovisigodos y, por supuesto, Abderramán II y el fiero
general Aben Bazi. A través de los mismos, merced al relato de sus
dramas existenciales, el novelista nos introduce en aquel mundo
altomedieval, que otros han presentado como modelo de la añorada
“alianza de civilizaciones”, la utopía de Al-Alandalus, pero en
cuyas procelosas relaciones hubo seguramente más de tolerancia
forzada e incluso enfrentamientos, que de convivencia pacífica y
armoniosa. Será en definitiva la causa última de que el enemigo
exterior destruya las seculares fortificaciones y, como símbolo del
yugo, mande construir con los restos la alcazaba que aún perdura.
La habilidad del novelista para prender al lector se mantiene. Lo que
sobresale en este nuevo libro es su bien perceptible esfuerzo por
elevar la calidad de una prosa, sin el desaliño que en otras ocasiones
se le ha imputado. Fruto de ese encomiable empeño es la abundancia
de excelentes descripciones, sobre todo las de carácter paisajístico,
esos retratos de la campiña, olivares, viñedos, el monte, los ríos,
termas y bosques, crepúsculos y tormentas de la comarca emeritense,
que Sánchez Adalid, conoce bien y tan atractivamente sabe presentar.
Como apéndices, adjunta un extenso apunte histórico sobre la polémica
en torno al tema de la “Reconquista” y un glosario de términos de la
época que han sido utilizados en la narración.

Jesús Sánchez Adalid, Alcazaba. Madrid, Planeta, 2012.

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