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Manuel Pecellín

Libre con Libros

UN CRÍTICO ANARQUISTA

Entre las aficiones confesadas por el autor de Soldado de Salamina, sobresale una de honda raigambre extremeña: la bibliofilia. Sus caminatas entre los libros antiguos lo condujeron a un curioso
panfleto, editado en la España republicana (1938) y cuyo título le sedujo, “El arte de escribir sin arte”. Reaparece ahora, con preliminar (más bien corto) de Javier Cercas. Felipe Alaiz de Pablo
(Belver de Cinca, 1887- París, 1959) es hoy casi un desconocido, aunque fue periodista de gran presencia en nuestro país durante los
lustros anteriores a la Guerra Civil de 1936. Baste recordar que, invitado por el propio Ortega y Gasset, colaboraría en El Sol, para, más tarde, hacerlo en medios afines a sus ideales ácratas. De éstos,
llegó incluso a dirigir algunos tan notables como Tierra y Libertad o Solidaridad Obrera. Aunque se mantuvo hasta el fin fiel al anarquismo, lo haría con una radical independencia, lo que le indujo a
enfrentarse en ocasiones con sus propios correligionarios.
Aparte de una obra periodística gigantesca de carácter político, Alaiz desarrolló también abundante trabajos de crítica literaria, también siempre con criterios muy personales. Las Ediciones Umbral de París
publicaron (1962-1965), ya póstumos, dos volúmenes que recogían muchos de los apuntes editados por el periodista entre 1934-1935 bajo la reseña de “Tipos españoles”. Juan Bonilla ha elegido ocho de estos
apuntes para engrosar el volumen de Berenice, al que ha puesto un desenfadado epílogo. Estos artículos, donde Alaiz desarrolla las
concepciones estéticas adelantadas en la entrega inicial, analizan de forma casis siempre desconcertante las obras de Espronceda, Bécquer,
Campoamor, Azorín, Valle-Inclán, Benavente, García Lorca y Pío Baroja.
Habría sido conveniente recoger la fecha en que fueron publicados. Excepto el último, a quien juzga el más valioso novelista español (pese a las “quince mil faltas de sintaxis que tiene… y su innegable
antisemitismo”), todos los demás infringen la que Alaiz tiene como norma máxima de la buena literatura: expresarse con sencillez, el arte
de escribir sin artificios. Ateniéndose a ella, emite los más duros dictámenes este hombre que no era en modo alguno “un leñador practicando la crítica literaria”, según lo define Bonilla, pues
gozaba de extraordinaria cultura. “Si un párrafo no cabe en una conversación, si al recitar un párrafo resulta desplazado del diálogo,
es un texto artificioso”, proclama y condena ( pág. 30). Enemigo absoluto del “non serviam, aquel militante del movimiento obrero despreciaba a quien no supeditase su escritura a la defensa de la
causa popular. Basta ver , dice, el lenguaje que utilizan para darse cuenta de la opción que toman frente a las reivindicaciones sociales (casi
siempre a favor del Poder). Nada del arte por el arte, sino escritura alegremente humanizada. Alaiz, anticlerical hasta los tuétanos y
anticomunista por lógica y experiencia, dueño de una prosa magnífica, no duda al emitir los juicios más feroces, adobándolos a menudo con
butades ingeniosas. A su modo de ver, Rubén Darío y Valle-Inclán no fueron más que decadentes desastrosos; Azorín, un autor afectadísimo,
repleto de de sinónimos inútiles; Benavente, el dramaturgo casi siempre superficial, para quien Maura obtuvo el Nobel por los
servicios prestados; Alberti, alguien que “hace poesía bronca y soviética con hilos consabidos, cañamazo consabido y carga consabida de preciosismo detonante” (pág. 100); Juan Ramón Jiménez, un creador que “se extingue de puro suave en sus bordados de casulla” (pág. 101)
y en el mismo Lorca apenas ve más que al “poeta granadino, emigrante del Albaicín hacia las nóminas y hacia las candilejas”, autor que parece “se santigua para estar en gracia y que echa a escribir como
quien echa a andar conducido por un fuego frío, fatuo, sin parpadear, capaz de componer obras como Bodas de sangre, “una obra de campanadas lúgubres, de montaraz sentimiento, el dramón que nunca
debería imaginar un autor conocedor del drama, encapuchado rondador
por los vericuetos de la España pedante enemiga de la carcajada, medida o no, y del agua” , un frívolo para quien Andalucía es solo “ un redondel con gitanos y civiles” (pp. 101-102). Et sic de coeteris.
Alaiz no fue un ignorante, sino un crítico en circunstancias sociopolíticas encrespadísimas y tan dogmático como aquellos de los que él con razón abominaba.
La edición se ha hecho con el apoyo de la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo.

Felipe Aliz, El arte de escribir sin arte. Córdoba, Berenice, 2012.

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