Benito Estrella (Higuera de la Serena, 1946) trabajó en oficios varios, entre ellos de carpintero, antes de doctorarse en Pedagogía y terminar jubilándose como profesor de Instituto. Personalidad relevante entre los que más han luchado por la renovación de la enseñanza española, encarecimos en su día la lectura de su ensayo Un extraño en mi escuela. Reflexiones sobre la crisis de la enseñanza en la sociedad de la información (2002), donde desarrolla las propias convicciones al hilo del magisterio de Antonio Rodríguez de las Heras, los dos tan vinculados a la asociación “Escuela de Verano de Extremadura”.
Como poeta, se dio a conocer con La soledad y el silencio (1972), poco después de terminar Magisterio (Premio Nacional Fin de Carrera, 1969), tan amigo entonces de otra prometedora voz, Joaquín Calvo. Mucho después rompió un inexplicable silencio mediante la publicación del Libro de la memoria y el olvido (1992) y El lugar que cura (X Premio García de la Huerta, 2008). Entretanto, vio también luz Valdargar (VI Premio La Serena, 2007), novela con explícitos referentes autobiográficos, sobre todo los de infancia y adolescencia.
Los hay en este nuevo libro, que cabe entender como un único y extenso poema alegórico, aunque es lógico que el discurso lírico resulte mucho menos obvio que el narrativo. Más aún si estamos ante un autor de confesada devoción por los mundos de la mística (órfica, gnóstica, cristiana, sufí, hindú, teosófica), empeñado en dar a la a caza alcance (lee con asiduidad a S. Juan de la Cruz), sin desconocer los imperativos lingüísticos de lo inefable. Sólo una aproximación metafórica permite este tratamiento y, para construir la ingente cantidad de tropos que nutren sus versos, Estrella recurre a la cultura agropastoril, que bien conoce. Sus versos abundan en imágenes soportadas sobre árboles, animales y plantas de nuestros campos. Aneas, aliagas, glicinias, musgos, rastrojos y trigos compiten una y otra vez con sus colegas de similares campos semánticos. Identificándose con ellos, el escritor percibe en la naturaleza ecos similares a los por él sufridos tras la persecución de Icaza, ese pájaro símbolo del amor y también del propio “karma” personal, que el poeta busca desde su juventud y al que ha procurado ser siempre fiel.
Otro rasgo de esta escritura es la constante apelación al hipérbaton, recurso sintáctico tan idóneo para construir versos que nos dicen el desasosiego, la permanente inquietud generados por la búsqueda de una Realidad (el Pájaro) inasible incluso cuando se lo intuye tan próximo como el cuerpo de la mujer amada.
Por último, señalaré que el autor no rehúye los préstamos, si bien los reconoce debidamente. Ahí están las citas intertextuales Juan Ramón Jiménez, Farid Uddin Attar, los Evangelios de Jesús, los Upanisahd, San Juan de la Cruz, Simone Weil o su entrañable José Antonio Zambrano.
El Pájaro de Izana (nombre vasco de mujer, de fuente y que también se refiere al Ser) nos convoca a la libertad, el eros, la utopía, la fidelidad a las voces interiores. Cuando presta sus plumas a alguien como Benito Estrella, resulta imposible permanecer indiferente.
Benito Estrella Pavo, Izana, El Pájaro. Mérida, ERE, 2012.