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Manuel Pecellín

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MAESTRÍA DE LUIS LANDERO

Según el propio Landero (Alburquerque, 1948) ha declarado alguna vez, Absolución tiene mucho de “novela de aprendizaje”. ( La “Bildungroman, como dicen los alemanes, muestra, cómo va conformándose la personalidad de su protagonista, desde la infancia hasta la madurez, física, moral, psicológica y socialmente). Sin duda, a través de estas páginas podemos seguir el desarrollo del personaje principal, merced a sus propias evocaciones, a partir de los años juveniles hasta los treinta y dos que ahora tiene. Pero es también novela que tiene mucho de análisis psicológico, reflexiones filosóficas e incluso toques existencialistas
Lino (nombre del que escribiera la única Historia de Alburquerque conocida), licenciado en historia antigua, hijo de un padre orgulloso e imperativo, aunque casi inculto, se nos muestra como tantos otros creados por la pluma del escritor extremeño: origen humilde, galán ya más bien maduro, soltero, pobretón, agnóstico, con escasa decisión, algo iluso , timorato, inestable, reflexivo, aburrido, lánguido, soñador, apasionado por el lenguaje (contingencia,, permanencia, ironía, valor y cobardía, absurdo, destino: son temas sobre los que a menudo filosofa) y, sobre todo, mordido por ese tedio vital que lo hace huir de cualquier situación más o menos consolidada: trabajos, residencia o amores.
La parte primera de la obra, enmarcada en Madrid, con excelentes descripciones del viejo paisaje urbano, nos da conocer su curiosa relación con Don Gregory, un viejo emigrante regresado de Australia, donde a él le habría gustado irse. La segunda, su interlocutor será otro anciano, Levin, mientras en la tercera y última es otro hombre mayor, Gálvez, quien le comprende y ayuda a buscar esa absolución de sí mismo, sin la que nunca será feliz.
Entre tantas huidas y defecciones, conoceremos sus amores frustrados, especialmente el de Clara, con que vive un rápido e intenso romance, cuyos orígenes, desarrollo y desenlace permiten al novelista agudos análisis del tema. Sin duda, todo estará condicionado por la fatal aventura en la que Lino se ve envuelto pocos días antes de su proyectada boda, todo por defender a una joven desconocida y no querer sentirse cobarde.
Pero lo que más llama la atención es el extraordinario dominio del lenguaje que Landero exhibe en una prosa impoluta, donde alternan la narración, el monólogo interior y los diálogos (pocos, salvo la parte 3ª, quizás la menos brillante). La riqueza léxica es abrumadora, tanto como la siempre atinada elección de los materiales lingüísticos. Esta cualidad, mostrada ya desde su obra primera, Juegos de la edad tardía, y proyectada igualmente en las posteriores, es lo que, a nuestro parecer, hacen del extremeño uno de los más cualificados escritores del idioma castellano. Si en Absolución no abundan como en Caballeros de fortuna los elementos mágicos, fantásticos o surrealistas, la finura de sus introspecciones psicológicas, junto con los apuntes, como caídos al desgaire, de alcance sociológico, resultan excelentes.
Es verdad que, en ocasiones, el texto es tan minucioso, insiste tanto sobre detalles aparentemente nimios, v.c., a la hora de describir una comida, un paisaje o un rostro, que el lector puede sentirse abrumado. No debe caer en defección alguna y así comprenderá mejor – tal vez con ideas de Pascal, Nietzsche, Kant o Kafka, pues a menudo van deslizándose – que vida es un sinsentido, un absurdo, donde pueden ocurrir “milagros” laicos.

Luis Landero, Absolución. Barcelona, Tusquets, 2012

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