Susana Martín (Sevilla, 1981) creó en Más que cuerpos un personaje extraordinariamente
atractivo, la oficial de policía Annika Kunde, que protagonizó también Desde la eternidad y
vuelve a hacerlo con Vino y pólvora. La escritora andaluza, estrechamente vinculada a Mérida,
donde ha trabajado como Directora General del Instituto de la Juventud de Extremadura, va
componiendo así una saga cada vez más convincente. Las tres entregas desarrollan otras
tantas intrigas criminales, que Annika logra resolver con sagacidad, en tanto a su alrededor se
teje otras tramas secundarias, aunque no menos inquietantes.
Ella misma ha sufrido desde muy joven trágicos acontecimientos, que la marcarán para
siempre. Según va desvelándose a cuentagotas, en su Namibia natal se salvó casi por milagro
de una masacre entre tribus. Ahora, con treinta y cinco años, trabaja en la comisaría de
Mérida, donde su color negro y grandes atractivos personales no dejan de producir
admiración, acaso también recelosas envidias, fruto éstas de actitudes machistas y xenófobas.
Por lo demás, los sufrimientos sufridos la hacen especialmente sensible al sufrimiento de los
grupos marginales, díganse gitanos, emigrantes, huérfanos y otros desheredados de la fortuna.
Annika tendrá que enfrentarse esta vez a un nuevo crimen. Cierto empresario de
Almendralejo, famoso en el mundo del vino, aparece muerto violentamente su casona de
Torremejía (sí, allí donde Cela sitúa La familia de Pascual Duarte). Al mismo tiempo, se
denuncia ante la policía la desaparición de cierta adolescente rumana, cuyos familiares
trabajan como vendimiadores (mal pagados), hasta que también abandonan repentinamente
el campamento donde hasta entonces malviven. ¿Existe alguna relación entre ambas
Para descifrar el enigma, Kunde no puede contar en esta ocasión con su compañero Bruno,
que se fue a Italia tratando de resolver otra madeja: sus orígenes familiares lo conducen
directamente a un poderoso capo de la Camorra. Es el segundo plano de esta novela negra,
cuyo discurso narrativo bascula así entre Nápoles y Extremadura (amén de los breves excursos
por territorios surafricanos). A la postre, las páginas sobre la mafia terminarán imponiéndose a
las del núcleo policíaco español.
La estructura de la obra recuerda el discurso del cine de acción. Como se encadenan los
fotogramas que trepidan, se suceden aquí los pasajes múltiples que componen la novela,
transitándose a veloz ritmo de un escenario a otro. Muchos de ellos los protagonizan
personajes secundarios, casi todos ya conocidos por los libros anteriores, junto a otros
nuevos, entre los que destacan los dos hermanos mafiosos (Fulvio y Giacomo). La descripción
de las poblaciones donde tienen lugar los acontecimientos (Nápoles o Capri en la península
itálica; Sevilla, Montijo, Torremejía y, más que ninguna, Mérida, ocupan atractivos espacios.
La autora se muestra convincentemente informada de cuanto allí ocurre , sobre todo lo
relacionado con el cada vez más complejo mundo del vino: plantaciones, recolección, lagares,
bodegas, cooperativas, estudios enológicos, propaganda, financiación y comercio de los
caldos. El epílogo de gratitudes recoge la que debe a importantes firmas y personalidades
extremeñas del sector, junto a las cuales se ha asesorada.
Susana Martín conduce hábilmente a los lectores por las diversas tramas, urdidas con sabia
distribución del suspense, hasta el imprevisto desenlace (al menos parcial: ha dejado
posibilidades para entregas futuras). En Vino y pólvora la calidad de su prosa supera de modo
bien perceptible la de las anteriores. Sólo alguna caída (por ejemplo, confundir el “por que”
final con la conjunción causal “porque”) empaña mínimamente un estilo cada vez más
cuidado, ágil, seguro y propio. La obra genera interés desde el principio, manteniéndolo hasta
el final de sus casi cuatrocientas páginas.
Susana Martín Gijón, Vino y pólvora. Sevilla, Anantes, 2016.