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Manuel Pecellín

Libre con Libros

MARIBEL TENA

Natural de Villanueva de la Serena (1978), Maribel Tena es licenciada en Filología Hispánica. Durante algún tiempo ha sido profesora de español en la Universidad de L´Aquila (Italia), donde también se han desempeñado como catedráticos los extremeños Luis de Llera y María José Flores. Tena enseña ahora en el IES “Pedro Alfonso de Orellana”.

El año 2012 publicó su primer libro de poemas, Mujer fractal (Origami), con prólogo de Mª Ángeles Pérez López, así mismo docente (Universidad de Salamanca) y poeta. Inspirándose en una de las aplicaciones de la Física cuántica  (fractal es un objeto cuya estructura se repite, aunque a diferentes escalas, imposibilitando al observador medir la distancia que lo separa del mismo.“Las cosa de incalculable complejidad se llaman fractales y tienen en común presentar longitudes infinitas dentro de áreas finitas”, según frase de Antonio Escohotado, citada en los preliminares), Tena articula su obra en torno a la figura femenina, fragmentaria y a la vez individua, relacionada con el universo todo, sin perder su propia personalidad.

Con Como suceden los árboles (Valladolid, La Penúltima Editorial, 2016), tan pronto reeditada, la autora ha venido a confirmar las muchas expectativas que levantó su primera entrega. Abandonando la proyección científica, sus versos se nutren aquí en imágenes cotidianas, tantas veces injustas y dolorosas. “Yo lloro debajo de mi nombre”, dice el verso de Alejandra Pizarnik puesto en entradilla, junto a otros de María Vitoria Atencia. La escritora reproduce lágrimas ante las personas muertas de frío sobre la cubierta del barco que los rescató; las chicas de Nueva Delhi quemadas por el  ácido; la mujer con el  pesado hijo a cuestas para subir la rampa sin ascensor; la campesina expoliada  de su pequeño campo o los atentados  contra la naturaleza.

Pero su voz no es solamente denuncia y compromiso. Nos habla también en torno a los ímpetus del verbo (“Mis palabras vuelven a ser tigres dormidos”); el respeto reverencial a todo lo vivo, predicado por Buda; las mezquindades de algunos amores y las huellas que dejaron en la escritora tanto el padre (que en lugar de decirle te quiero, le regalaba aceite, según Begoña Abad), como la madre (que la enseñó “a no callarme/no permitir que mis palabras se convirtieran/en animales enjaulados de un circo en silencio”).

Dividida en tres partes muy equilibradas (Raíces verticales, El perímetro del incendio y Aspiración del fruto), cuyos títulos nos dicen la perspectiva telúrica adoptada por la escritora, la entrega se nos hace tan próxima  como la carne roja de los tomates o la seda de trigo de la harina,  por evocar  otros pasajes. Los árboles de la portada y los vencejos de contracubierta enfatizan esa proyección.

Sin embargo, el diapasón de Tena sube una y otra vez el tono del lenguaje cotidiano, inyectándole intensidad, imágenes imprevistas, polisemias y guiños múltiples (“Sólo un baile y terminarás llevándome/a la calma”). Porque a ella le gusta “descifrar la extraña coreografía de los insectos”, ver las manos convertidas en “ese pergamino/bajo el que se lee/el mapa de nuestra sangre” o visitar las esquinas “en que perdemos la cuenta del tiempo/donde enfermamos por la fiebre de la mentira/y creemos curarnos llevando a la boca/una cucharada dulce y rebosante/del jarabe de la inercia”.

Concluida la lectura de Como suceden los árboles nos induce a cerrar , nos induce a cerrar el libro y “bisbisear una lenta plegaria/para que no nos abandone  en septiembre/esta certidumbre de belleza”.

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