BRAULIO DUCASSE
Ángel Braulio Ducasse es otro de los muchos extremeños que tienen una cuneta por tumba. No le sirvió de salvoconducto ni el exótico apellido que había heredado del abuelo, un técnico procedente de la Gironda, desde donde vino a Extremadura para trabajar en el ferrocarril. Lo fusilaron una madrugada de aquel terrible agosto de 1936 El día 27 del mes extremeño con más sangre derramada, arrojarían su cadáver en “La Mina”, junto a la carretera de Guareña a Don Benito. Esta vez los disparos no salieron de los fáciles fusiles franquistas, sino de los milicianos fieles a la República.
Aquel joven había venido al mundo (1906) en el mismo pueblo que Luis Chamizo y Eugenio Frutos, con quienes conformó un trío poético, universitarios los tres, de parecida edad, pero distintos gustos. Ángel Braulio estudio el bachillerato con los Jesuitas de Villafranca estudió Derecho en la Universidad Central y Derecho en la Universidad de Madrid. Aficionado desde pequeño a la poesía, pudo conocer a los grandes del 27, según hiciera Fruto, aunque, a imitación de Chamizo, optase por la estética más conservadora. Sí entabló amistad con otro culto extremeño, el dombenitense Francisco Valdés Nicolau (n. 1892), formado en la Residencia de Estudiantes y, como él, también fusilado por simpatizar con las fuerzas sublevadas. Afincados los dos en Extremadura, optarán por preterir sus posibles carreras literarias para dedicarse a un periodismo militantes (diarios HOY, Extremadura, Correo Extremeño) contra unas izquierdas en ascenso creciente y cada vez más impetuosas.
No obstante, tuvo ocasión de dar a imprenta dos poemarios, Titirimundi sentimental (1930) y Estridencias (Badajoz, Viuda de Arqueros, 1936), amén de una oración rimada dirigida (1930) al Cristo de las Aguas en solicitud de lluvia. Merced a las infatigables gestiones de Ricardo Hernández Megías, aquel primer libro fue reeditado por Beturia (2010), donde ahora ve luz el segundo, bastante más difícil de localizar hasta ahora. Reaparece con preliminar del tozudo bibliófilo y el prólogo que en la princeps pusiera el propio Valdés. Crítico exigente, no se le ocultaban las limitaciones del libro, pero simpatizaba sin duda con los valores éticos que aquellos poemas trasmiten. “La mayoría de los pueblos extremeños, comienza el prologuista, se ahogan arrebatados en su recia aguamarina antipoética, efecto de su afilado apego al presente y de su despiadada repulsa lo pretérito”. Las burguesías locales, con sus terratenientes y señoritos al frente, tan vagos como ignorantes, a los que tanto flageló Valdés, sólo atienden a “sus molinos de aceite, a sus viñedos, a sus rebaños de merinas, a sus piaras de puercos”, e inflados de ocio, prefieren darse, más que a la lectura y el estudio, “al tute casinero, al tresillo de rebotica y al zascandileo de una política caciquil”. Ciegos y sordos, no alzan protesta alguna contra el “sórdido e ínfimo estado social del pueblo extremeño” y prefieren divertirse con “unos días de caza –caldereta, picante, vino recio- y unos viajes a Sevilla entremezclada con churrianas, chalanes de caballos y cantaores flamencos”. Una burguesía ciega, que no percibe “las voces que arrastraban –como el viento al polen vegetal- los nuevos caminos abiertos al tránsito”, denuncia Valdés.
En la pluma de su paisano cree percibir aires renovadores, aunque en fórmulas clásicas y sin desatender el patrimonio tradicional. Efectivamente, los poemas de Ducasse, casi todos ajenos a la situación políticoeconómica del país (exceptuemos “Propaganda eloctoral”), constituyen vívidas estampas campesinas, en las que late el sentir del pueblo sencillo. Vienen a ser, según los casos, como canciones de ronda, matrimonio, juego y trabajo (la mejor, la de siega), romances antiguos, plegarias religiosas, elogios de la aldea (guiño a Reyes Huertas) o letrillas infantiles. Si su lira no tiene, según señalase Valdés en reseña para el periódico HOY, ni “la dureza y fortaleza de reciedumbre de Chamizo, ni la hondura filosófica de Frutos”, mostrándose más en línea con Gabriel y Galán, no deja de resultar interesante este “repaso al alma regional”. Gratitud merecen Ricardo Hernández y Beturia por facilitárnoslo.
Ángel Braulio Ducasse, Estridencias. Madrid, Beturia, 2016.