Alicia Merino nació en Valencia (1977), pero ha pasado la infancia y adolescencia en Retamal de Llerena, de donde es su familia y se declara natural. Licenciada en Filología Latina y Griega por la Universidad de Extremadura, obtuvo el doctorado en Ciencias de la Antigüedad por la de Alicante. Allí reside y ejerce como profesora de Lenguas Clásicas. Tiene publicados los libros Acuarela elemental (Madrid, 2010) y Odre de viento (Madrid, 2015) y El recinto del poema (2018).
El título nuevo, La cigüeña negra, que aparece en editorial de amplia difusión, nos encamina ya a un territorio específico, Extremadura. Aquí se la recibe y protege como una de las aves emblemáticas de nuestra enorme diversidad ornitológica. Más concretamente, la obra, prologada por Santiago López Moreda, catedrático de Filología Latina en la UEX, es un homenaje lírico a Retamal. Si se exceptúan un par de poemas que conducen a otros parajes también agrestes (Doñana), todos los demás aluden, de forma más o menos explícita, a calles, plazas, personajes, dehesas, florifauna, historia … de aquel pueblecito surextremeño. El entusiasmo y la admiración impregnan las estrofas.
Alicia Merino es consciente del reto que supone escribir sobre estos asuntos sin caer en trivialidades o tópicos al uso. Lo recuerda en la entradilla, tomada de las Geórgicas de Virgilio (libro III): No se me oculta cuán difícil empresa/es tratar en alto estilo/estas cosas tan humildes/y darles poético atavío;/pero una dulce afición me arrastra…/Pláceme ir a los collados… Ahora, oh venerada Pales,/ ahora es el tiempo de levantar la voz.
Formada en los clásicos grecolatinos, la autora alza la suya según los grandes modelos bucólicos de la Antigüedad. Composiciones dedicadas al tintero de la escuela infantil, la maestra que la dirigía (Doña Mari), la era próxima, los pájaros (calandria, perdiz, avutardas, espulgabueyes, grullas, tórtolas, palomas) y animales más frecuentes (ciervos, jabalíes, perros de rehala, caballos, humildes chicharras), fiestas populares (San Pedro, la gira de pascuas), usos y costumbres (matanza, pitarras, lances venatorios)… reciben cada uno el poema correspondiente. Concluye el dedicado a la cigüeña negra por azar entrevista en las aguas de un arroyo oculto.
La pluralidad de contenidos se corresponde con la diversidad de metros manejados. En algunas ocasiones, se recurre a los juegos gráficos, como en “Montanera”, cuya disposición viene a sugerir la caída de las bellotas desde las ramas a suelo. O “Flauta de Pan”, con espacios que aluden a las notas de la siringa.
Abundan los versos de arte mayor, por lo común libres y blancos, aunque a menudo nos encontramos con sorprendentes rimas, finales e incluso internas, y por lo común con un hipérbaton marcado. Su virtud para construir metáforas de varios tipos es bien perceptible, resalta el prologuista, con quien compartimos esta confesión: “Soy consciente de la inferioridad de mi prosa ante la poesía densa, fecunda en imágenes y figuras de este precioso libro, al que saludo con entusiasmo” (pág. 5).
Perfecta conocedora del lenguaje que utiliza, de raigambre agroganadera, Alicia Merino me hace recordar la pluma de otro paisano suyo, que también llevaba Retamal en las propias médulas. Me refiero Antonio Holgado Redondo (1934-1988), uno de los más distinguidos humanistas españoles de la pasada centuria. Premio Nacional de traducción por la que hizo de la Farsalia de Lucano, a él se deben otras magníficas versiones de poemas y tratados sobre Agricultura. Tengo la seguridad de que Alicia Merino ha recordado más de una vez al gran filólogo que, como ella, conocía a la perfección la flora y fauna de Las Arcas, el Guadámez o los Argallanes. Ambos demuestran idéntica maestría, también cariño, al nombrar cada uno de sus elementos.
Alicia Merino Labrador, La cigüeña negra. Madrid, Ediciones Torremozas, 2019