Enrique Falcó. Libre para decidir
La palabra “huelga” acompañada o no de “general” siempre me trae recuerdos felices de mi época de estudiante. No recuerdo qué es lo que pasaría en el 88, (ni me interesaba entonces ni mucho menos ahora) en mi cuarto curso de EGB, pero en mi cabeza se instalan imágenes de bastantes más días de asueto que de costumbre. Muchas jornadas de huelga, y muy seguidas, lo que significaba más tiempo en la cama por las mañanas, más horas ante el entonces novísimo Spectrum +3, el video con LP que permitía grabar el doble de horas, y más fútbol y baloncesto en la calle de atrás de mi casa y en las canchas del Colegio General Navarro. Algo más mayor, quizás en segundo de BUP, a uno ya al menos le picaba la curiosidad, aunque no mucho la verdad, de saber qué reivindicaciones se escondía tras las huelgas que se convocaban, máxime si éstas nos tenían a los estudiantes como protagonistas. Pero entre nosotros, siempre me parecían bien, suponían un descanso extra que no estaba de más, y no vayan a pensar que el menda era de esos que se sumaban a las manifestaciones ni gaitas en pos de mejoras o salvaguardar sus derechos. Esas horas eran aprovechadas para echarme un “SúperPang” en los recreativos de “La Quinta Avenida”, en la Biblioteca del Zurbarán para repasar un examen o hacer un trabajo, o en intentar darle algo más que conversación a mis compis quinceañeras de turno, ustedes ya me entienden.
Por el contrario existían compañeros que se tomaban el asunto muy en serio, y nos echaban en cara nuestro despótico pasotismo mientras ellos cargaban con la dura responsabilidad de luchar por y para nosotros. ¡Pobre héroes! En el término medio, y haciendo añicos el sabio dicho griego que asegura que en éste se haya la virtud, existían quienes tan convencidos y concienciados como aquellos trataban de hacernos comprender la importancia de apoyar sus causas acogiéndonos a nuestro derecho de huelga, y utilizando ese tiempo para protestar en las manifestaciones, algo loable si no fuera porque luego eran ellos quienes insistían que a tal clase no se podía faltar porque don fulanito ponía falta de asistencia. No sé si van adivinando por donde van los tiros. Quizás en aquellos momentos fue cuando comencé a darme cuenta de cómo funcionan estas cosas, y el morrazo que le echan algunos. Recuerdo que en aquel curso teníamos un profesor de matemáticas terrible y temible, y ojalá, que al igual que a mi querido Adso de Melk de “El nombre de la rosa” no me falle mi prodigiosa memoria ni mi mano tiemble al escribir su nombre: Inocencio Rodríguez. Don Inocencio era el peor profesor de matemáticas que le podía tocar a un alumno mediocre y vago como quien suscribe, al que ya de por sí siempre se le resistió la ciencia que quita la paciencia y las ganas de estudiar. Los conocimientos de don Inocencio, así como su total dominio de la asignatura, eran incuestionables, y además era un hombre serio, con un grado de exigencia superior a la media de los demás docentes. A don Inocencio no le gustaban las “jodiuras” y era implacable en lo que se refiere a cumplir el régimen interno del Centro. Nunca se olvidaba de pasar lista, y por supuesto también lo hacía los días de huelga, ya que como muy bien él insistía “una cosa no tiene nada que ver con la otra” y consideraba que aquel que se acogiera a su derecho de huelga tenía que hacerlo con todas sus consecuencias. Como podrán observar, su comportamiento no podía ser más justo. Era ante todo un adulto que pretendía que sus alumnos se comportaran como tales. Pero dentro de su mediocridad, algunos de aquellos alumnos tan concienciados con la causa, tan independientes y sufridores, demostraban que en el fondo manchaban su ropa interior ante una supuesta bronca de papá y mamá por faltar a clase o una posible mala imagen ante un profesor como don Inocencio.
Lamentablemente la situación no ha tornado a mejor, y me he ido encontrando por el camino en el mundo laboral “compañeros” como los del Instituto, quienes tras ser de los primeros que gritan “huelga” en las asambleas del sindicato luego son los primeros en agachar la cerviz ante la mirada de reproche de alguno de sus superiores. También de los otros, de los pobres héroes, que se creen de verdad que son los que cargan con los problemas de todos en forma de cruz, quienes por cierto vulneran el derecho de muchos de sus compañeros, no respetando su derecho también inalienable de no hacer huelga. Huelga decir, y nunca mejor dicho, que para hacer huelga el día 29 nos sobran los motivos, y no para una, sino para cincuenta, pero algunos consideramos que quizás no es el mejor momento ni el más apropiado, y como comprenderán, ya estamos muy mayorcitos para irnos a jugar a fútbol o a los recreativos como cuando éramos adolescentes. Ahora tenemos obligaciones, y algunos consideramos que tal y como está la cosa una huelga no ayuda en nada a las empresas que nos pagan religiosamente a final de mes. De todas formas, esta convocatoria de huelga nunca debería convertirse en algo personal de la empresa para con su trabajador. Tampoco entenderé nunca aquello de los piquetes informativos, que de informativos no tienen nada. Además, nunca me gustaron las masas. Cuando un número de personas a priori civilizados y normales, se unen en masa, bajo el anonimato de la muchedumbre, sacan a relucir sus bajezas más salvajes e incivilizadas. Este humilde articulista nunca les echará en cara a ustedes, mis queridos y desocupados lectores, la decisión que tomen respecto a la huelga general, siempre que su decisión sea tomada con libertad. Cada cual tiene sus importantes y nobles circunstancias. Nos sobran los motivos, ya les digo, pero a muchos les faltan un par de bemoles, y un poquito de vergüenza.
Publicado en Diario HOY el 25/03/2012