Enrique Falcó. Voraz lector
En mi época de niño y preadolescente, cuando devoraba aquellas novelas juveniles que me gustaban tanto, siempre arribaba a mi sesera el deseo de ponerme en contacto con sus autores, máxime si estos eran españoles y contemporáneos. Ni que decir tiene que al menda los años no le han nublado tal ilusión, más bien al contrario.
Citaría por poner algún ejemplo, obras como “El joven Lennon” o la Trilogía de “En un lugar llamado Tierra” de Jordi Sierra i Fabra, sin olvidar por supuesto al Manolito Gafotas de Elvira Lindo o las aventuras del detective “Flanagan” de Andreu Martín y Jaume Ribera.
Esta necesidad de comunicación no obedecía sólo al deseo de transmitirles a sus autores todo lo que hubiera podido disfrutar con sus escritos, sino también a solicitarles información, compartir puntos de vista, poder saber más de su obra, de sus personajes, preguntarles cómo podía conseguir el resto de sus libros y especialmente pedirles recomendaciones de lecturas.
Algo que ahora parece tan fácil entonces no lo era. Uno quedaba a expensas de lo que veía en la televisión, escuchaba en la radio o leía en los periódicos. Los demás datos se iban intercambiando entre amigos o el librero de turno y poco más.
Algunas editoriales, como “Anaya”, quien dentro de la colección “Espacio Abierto” ofrecía las aventuras de Flanagan, contaban con esta posibilidad, la de ponerte en contacto con los autores a través de una carta. Ya les he narrado varias veces que la caligrafía nunca fue especialmente mi plato fuerte, sino más bien un trauma, y nunca me hubiera atrevido a garabatear palabra alguna a escritores a los que mostraba tantísimo respeto y admiración. Además, no nos engañemos. Aquello podía convertirse en una eterna odisea:
En primer lugar redactar la carta con limpieza y letra legible, ponerle el sello, confiar en que llegara a su destino, y esperar el tiempo que la editorial retuviera éstas hasta que se las entregara (si es que se las entregaban) a los autores. Después, que éstos no tuvieran nada mejor que hacer que leerlas, si eran capaces de entender tu letra, y finalmente que se molestaran en contestar y confiar nuevamente que la carta llegara a su destino. Podían pasar varios meses, y no exagero. Reconocerán que daba pereza solo de pensarlo.
Hoy en día, Internet ha burlado las fronteras que separan la cultura de la ignorancia, y así, cualquiera puede, en menos de cinco minutos, conocer la obra entera de un escritor, músico o director de cine por poner un ejemplo. Y no sólo eso. También ofrece a través de webs, blogs, correos electrónicos y especialmente redes sociales la increíble posibilidad de contactar personalmente con los autores.
Aunque ya les he confesado en más de una ocasión que soy un sentimental “PaperBoy” también cada vez con más frecuencia tiendo a mostrarles las innegables practicidades y posibilidades que nos ofrece el mundo digital. Pocas semanas antes de publicar “Don de Loch Lomond”, mi primer libro, me sorprendió el hecho de que un número importante de personas me preguntara si mi libro saldría en edición digital. Para serles sincero les confieso que ni se me había pasado por la cabeza. La editorial no me ofrecía esa posibilidad, por lo que tuve claro que tendría que ser yo mismo quien lo llevara a cabo unos cuantos meses después.
Me encontraba dándole vueltas al asunto, valorando los pros y los contras, cuando la feliz providencia quiso que contactara nada menos que con Andreu Martín, uno de los co autores de mi detective favorito. Andreu Martín fue exquisitamente amable conmigo, y tuvo unas cariñosas palabras dedicadas a un artículo que publiqué en este mismo diario sobre la saga de Flanagan. A los pocos días me envió un video de YouTube dirigido y protagonizado por él mismo. “El futuro ya está aquí” rezaba por título.
En él, el genial escritor catalán, exponía con gran claridad la necesidad de los autores de subirse al carro digital si pretendían que su obra perdurara en el tiempo. Con una vitalidad más propia de un joven de 20 años, el autor de “Sauna” y “Barcelona Connection” me dio el empujoncito que necesitaba para convencerme de la necesidad imperiosa de adaptarme cuanto antes a los nuevos tiempos.
Y así lo he hecho. Con la inestimable colaboración de Jesús Prudencio Gamino, (autor además de la preciosa portada de mi libro) en las arduas tareas de conversión de formatos de archivo, “Don de Loch Lomond” ya luce en formato digital y disponible a un precio más que asequible. De esta manera, cualquier lector del planeta sólo necesita una conexión a Internet y un soporte digital para adquirir mi obra. ¡Estarán de acuerdo conmigo en que es algo muy grande!
Es evidente que aún queda un largo camino para asentar el mercado de los libros digitales, pero piensen en su entorno y se encontrarán con la sorpresa de que en estas navidades más de un amigo o familiar ha recibido un “Kindle” de Amazon o cualquier otro eReader, o incluso otros soportes digitales como bien pueden ser un Ipad o un Tablet. ¡Entre todos habrán sumado millones!
Ya le ha ocurrido a la música, al cine, e incluso a la fotografía. Con el libro está ocurriendo ahora. La literatura, la prensa, las revistas… Nada volverá a ser como antes. El futuro ya está aquí, y quien suscribe no está dispuesto a perdérselo.
¡Moltes gràcies don Andreu! ¡Nos vemos (nos leemos) en la Red!
Publicado en Diario HOY el 14/01/2013