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Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

La viga en el ojo propio

A mí me parece que esta niña me ha mirado raro. Es una niña cabezona. Y no me refiero a que sea difícil que dé su brazo a torcer, que a lo mejor también. ¡Es que vaya cabezón que tiene la niña! Como tengo que meterme con mamá en el centro comercial la pierdo de vista justo cuando la niña se va a dar un trompazo con la columna del aparcamiento.
Mamá me pone esto y aquello sobre la ropa, habla sola de lo precioso que voy a estar y de lo mucho que le va a gustar a tu padre lo que nos vamos a ahorrar. Por supuesto, no me consulta. No lo necesita. Paga. Los zapatos mejor otro día, dice mamá, que llevamos prisa, y ya sabes que es más difícil encontrar tu número, y hay que mirar más. Así que estoy siendo arrastrado de nuevo hacia el aparcamiento, con mis camisitas y mis pantaloncitos rebajados en bolsas de plástico que tardarán doscientos años terrestres en biodegradarse o degradarse sin bio, que parece que es más lento.
Mamá echa monedas en el parquímetro y, como me suelta de la mano para alcanzar el monedero en su bolso-trampa, me alejo un poco de su aura protectora y un carrito-hoja-de-lechuga-pegada, empujado por una gorda idiota (lo de gorda es evidente, por visible) aprovecha para aplastarme el pie y ganar por la mínima a una pareja de modernos que parecen sacados de un anuncio buenrollista de móviles.
Cojeando, arrastrado por el aparentemente debilucho brazo de mamá, que no se detiene ante nada, sondada por vía intravenosa al ritmo frenético de la crisis diaria, llegamos a nuestra plaza de garaje.
La niña cabezona está desplomada en el suelo con un chichón gigante en la frente y la mamá de la niña o la tía o quien sea que esté al cargo, habla descojonada por el teléfono móvil. A su lado, un maromo de gym abofetea a un calvito que se empeña en ajustarse el cuello de la camisa cada vez que le llueve otra.
Lo cierto es que la cabezona, al estar inconsciente o muerta, se está perdiendo una buena. ¡Claro que el trompazo se lo merece! Por mirar raro a niños que, como yo, tenemos los pies grandes.

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


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