Empecé a toser el día que tuve mi primera erección voluntaria. Luego estuve tosiendo en la comunión de Paquita y hasta el párroco me llamó la atención. Tosí en la boda de Aurelio y cuando tuve mi primera cita con aquella chica tan alta a la que no pareció importarle que su escote se llenara de microbios, aunque cuando terminó de referirme sus logros académicos, que eran muchos y distintos, la cosa se enfrió y volví a mis toses y erecciones en solitario. También tosí el día que nos graduamos y en la extremaunción del abuelo Carlos. Tosí en la mili y me pase más guardias entre la vigilia y el sueño de las que puedo recordar. Tosí en los exámenes de Biología y sobre los estampados de Casa Marlu cuando elegimos las cortinas para el ajuar de mi hermana. Tosí en los camerinos de Patricia y en los armarios de Amelia mientras esperaba a que se fuera su marido que, por supuesto, era sordo como una tapia. Tosí el día que presenté el libro “¿Por qué toso? Dímelo tú” y, por supuesto, en su exitosa continuación “Sigo tosiendo, ¿y qué?” Tosí el día que descubrí que tenía un hermano gemelo que estornudaba. Nos hicimos duo cómico pero el asunto no prosperó. Al poco, los estornudos y las toses dejaron de tener tirón y se pusieron de moda los tics nerviosos en los párpados. Tosí el día de mi boda, mientras cortaba el pastel y hasta cuando me disponía a desabrocharle el sostén a Clara, la hermana de mi mujer. Tosí cabreado y tosí contento por los triunfos y decepciones de mi hija Lila. Tosí en la parada del autobús aunque evité finalmente que atropellaran a la vieja que, agradecida y sin apenas aliento, me recomendó guardar cama unos días y tomar no sé que mejunjes con nombres de herbolario maya. Tosí la noche que expulsé mi primera piedra del riñón y en la convención de Enfermedades Raras, Mal Curadas e Inexplicables. Tosí, contra todo pronóstico, cuando no debía toser bajo ningún concepto. Hasta me enviaron a la Luna y tosí de alegría mientras la gravedad me hacía perder el equilibrio y me aflojaba el vientre, así como estaba, bocabajo. Hoy, día de mi 65 cumpleaños, no he tosido en todo el día y me he sentido extraño. He bajado a la farmacia y he pedido 79 botes de jarabe para la tos. El farmacéutico no ha dicho nada y, en confianza, me ha regalado uno.