El hombre con un cargo político relevante clausura el acto organizado por su partido con un discurso que podría tildarse de inadecuado pero que a los asistentes les pasa desapercibido porque el que no está pensando en la paella que le espera al salir, está pendiente de la querida dos filas más allá o está aprendiendo a perder el tiempo con la última app para su iphone o está dándole vueltas al asunto de la subcontrata, que proveerá jugosos beneficios en los que meter la pala, la mano, el morro o, simplemente, bosteza, tapándose la boca con la mano o con el programa, solo eso, y en ese acto de bostezar se pierde los matices e, incluso, lo que no son matices, lo que se dice. Así que el hombre con un cargo político relevante da por concluido su discurso y todos sus compañeros le aplauden y le ovacionan sin tener la menor idea de lo que ha dicho, pero sonrientes, satisfechos, para que sea visible que están todos muy unidos, y si el hombre con un cargo político relevante ha dicho algo inapropiado o ha soltado alguna pulla o ha mentido descaradamente o ha pedido más comprensión o cualquier otra cosa que algún periodista atento y puntilloso les recuerde, harán como que no lo oyeron, como que eso no pasó, y, ale hop, rápido, a bendecir otro hospital o a inaugurar otra capilla, tanto da, que hay que seguir adelante, con los nuestros, sin fisuras, a toda máquina, viento en popa a toda vela, que estamos muy ocupados, aparentando, forrándonos, carcajeándonos…