>

Blogs

Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

El empleado del mes

He decidido no pisar más la librería Universitas de Badajoz. Les explico. Todo empezó el día que pedí un libro de Zeno creyendo que el título era La conciencia de Svevo, cuando Italo Svevo era su autor. El empleado del mes me miró con ese desprecio con el que miran los que han sido llamados por la senda divina de la sabiduría y se vanaglorian de su saber (si un librero no sabe de libros, ya me dirán) con pose chulesca, y, aunque el hombrecito me buscó el libro, noté que le molestaba, que le jodía tener que tratar con un cliente como yo, que sólo me había limitado a preguntar por un libro (del que tenía una idea muy aproximada de su título original, por cierto), mientras dejaba media docena sobre el mostrador (novelas y cuentos de Vonegut, Gombrowicz, Faulkner, Miguel Ángel Muñoz, entre los que recuerdo) para que mediante una sencilla transacción monetaria el empleado del mes pudiera cobrármelos. No sé si me siguen. Esto ocurrió hace unos meses.

Hace poco fui con mi madre, que buscaba otro libro “difícil” y, aunque este señor entendió a la primera a qué autor se refería, se lo hizo deletrear por el gusto de ser desagradable con una señora educadísima, que también iba a hacer buen uso de su tarjeta porque es de las personas que leen libros en papel y los compran. El desprecio del hombrecillo me tocó la fibra sensible adscrita a mis genes paternos (si hubiese sido mi padre les aseguro que esta historia sería muy diferente) y le dije que era un maleducado, un mierda y que le iba a calzar un par de hostias. Obviamente, actué mal y perdí toda credibilidad (ningún argumento es más descalificador que una amenaza física) al pronunciar la palabra “hostia”, aunque me consta —y esto no excusa mi comportamiento— que el empleado del mes es así de maleducado con todo el mundo (también tengo mis fuentes), lo que no presupone que se merezca que le diga que lo voy a calzar un par de hostias. Ay, ese mirar despreciativo, como si estuviera amargado de ser librero (una profesión que, al menos idealmente, ya la quisiera desempeñar yo), y si puede reducirte a su tamaño (no sólo a su altura física, tamaño retaco), lo hace. Está claro que no es amable y que le han debido de minar la autoestima desde niño, precisamente porque es pequeñajo, poco cosa. No le estoy pidiendo que me bese o me haga la ola por gastarme los cuartos en su librería (él no es el que manda, claro; lo descubro porque se acerca el jefe para terciar en la discusión), pero se puede ser correcto sin adornos florales. Por supuesto, mi deseo de calzarle un par de hostias no menoscabó mi capacidad para cantarle las cuarenta y decirle a su jefe que con empleados así a mí me había perdido como cliente y, seguramente (estoy completamente convencido), a más de uno. Mira que me extraña que al empleado del mes no le hayan formado una así o peor. Ya les digo que si llega a cruzarse con mi padre, las hostias se las lleva sí o sí o se cae al suelo porque las piernas le flojean. No es que mi padre sea un vikingo de dos metros, pero sus 192 centímetros son un argumento más que suficiente, y depende en qué casos. Repitámoslo: el par de hostias que quise darle invalidó mis explicaciones posteriores. Soy muy consciente de ello, incluso cuando estaba en el mismo ajo, en caliente, pero hay veces que no puedes remediarlo y sigues, a sabiendas de que has perdido la oportunidad de vestirlo de limpio y pedir el libro de reclamaciones, que hubiese sido lo correcto (y más que suficiente). También le espeté que era un mentecato (palabra sublime) y un mentiroso, pues afirmaba haber atendido a mi madre con todo el respeto del mundo (en este punto, mi padre, que lleva muy mal lo de que le mientan cuando sabe perfectamente que le están mintiendo, le hubiese dicho que salieran fuera). Yo, que estaba allí, les puedo asegurar que fue muy antipático y tan despreciativo como les adelanté al principio del relato. Lo que pasa es que el empleado del mes quería quedar bien delante de su jefe que, seguramente, lo tenga calado, y le gustaría que fuese de otra forma (apuesto por ello). Ese levantar la mirada por encima de las gafas de librero que tiene este papafritas, esperando que el estúpido cliente le pida clemencia por haber osado comprar un libro allí, es su marca certificada de capullo integral. Y esta marca es la que me hubiese gustado borrarle de un bofetón. Afortunadamente, no hubo bofetón ni padre en sustitución del hijo (una suerte para el hombrecillo). Además, hubiese sido un poco violento para mis hijos, que iban con su abuela y su padre a buscar unos libros concretos, nada de mirar por mirar y marear al empleado, que puede que cuando salga de la librería —y esto es cosecha propia—, se ponga a releer un libro de amor en el trópico entre un afamado pichabrava y una buenorra sin malas intenciones. Le imagino con sus ojitos muy abiertos, asombrado ante la pormenorizada descripción del acto físico (con esos adjetivos tan de andar por casa que se gastan), mientras pasa las páginas con mano temblorosa ante el esfuerzo que le supone juntar la pe con lo i. Y así.

 

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


enero 2015
MTWTFSS
   1234
567891011
12131415161718
19202122232425
262728293031