Ella dice que vive en una casa deshabitada. Cuando lo cuenta, siempre hay alguien que le dice que si ella vive en la casa, la casa ya no está deshabitada. Sin embargo, para ella, esto son matices. Y de matices, la verdad, ella no es muy fan. He querido explicárselo yo también, pero no ha habido manera de hacérselo entender. Además, he omitido lo obvio. Y es que ella no existe. Tampoco existo yo, conste, pero eso ella no lo sabe y lo que tiene que saber es que una casa deshabitada no está deshabitada si vive alguien en ella, aunque ese alguien, ella, no exista. Se lo digo de mil maneras, pero, como ya dije, no hay modo, y ella se escuda en que no es muy fan de los matices. Yo, que presiento que todo llegará, le digo que no se enoje, que está bien que en esa casa deshabitada viva ella, aunque en realidad nadie viva en ella y la casa esté de verdad deshabitada. Y esto que le cuento no se lo dice alguien, sino yo, que no existo, así que alguien debería decírselo, alguien de verdad. Decirle que no está sola. Que la casa no está deshabitada. Que ni ella ni yo estamos. Ni en esa casa ni en ninguna.