La mujer que no acepta que tiene la edad que tiene se desliza por la puerta del centro comercial ataviada con un vestido demasiado corto y ligeramente chabacano que le sienta (francamente) muy regular pero que al guardia jurado con un particularísimo sentido de la responsabilidad le parece digno de una diosa, madurita o no. Y cuando a la mujer que no acepta que tiene la edad que tiene se le queda clavado el tacón en la mullida alfombra que se encuentra nada más abrirse la puerta automática del centro comercial, el guardia jurado con un particularísimo sentido de la responsabilidad deja de fijarse en el grupo de chavales que vienen de pasearse por las tiendas sin haber gastado un céntimo y poca suela de sus zapatillas de marca tan molonas, y se ofrece, cómo no hacerlo (se considera a sí mismo un caballero andante), a sacarle el tacón a la mujer que no acepta que tiene la edad que tiene, pero la mujer que no acepta que tiene la edad que tiene tampoco acepta —era previsible— que un joven y fornido guardia jurado con, probablemente, el graduado escolar y poco más (o ni eso), piense que es una cara bonita y poco más —o sea, que es una patosa—, así que le dice de muy malos modos, obviamente, que se vaya al cuerno, que los zapatos son nuevos y, claro, que estas cosas le pueden pasar a cualquier chica de ciudad, nunca a una de campo, que ésas no sabrían andar ni de coña con una de estas plataformas infernales que los modistos han diseñado, especula, porque quieren ver descalabrase a todas las mujeres del mundo para que sólo haya hombres porque ya se sabe —dice a voz en grito— que todos los hombres son unos maricones. El guardia jurado con un particularísimo sentido de la responsabilidad oye todo esto como quien oye llover, conste, y le pide permiso a la mujer que no acepta que tiene la edad que tiene para, mediante un ligero tironcillo, separar su pie del zapato y luego, con el pie ya a salvo, sintiendo la mullida alfombra en la planta del pie, extraer el zapato con el tacón o sólo el tacón, lo mismo da, pues bien sabe el guardia jurado con un particularísimo sentido de la responsabilidad que hay unos estupendos pegamentos pegalotodo que no salen caros para el avío que hacen. La mujer que no acepta que tiene la edad que tiene, cuando se percata de que el segurata ha tomado su pie para descalzarlo, levanta el bolso de imitación de Carolina Herrera por encima de su cabeza y le arrea repetidas veces al guardia jurado con un particularísimo sentido de la responsabilidad, que, mientras va perdiendo la conciencia, se percata, a su vez, de que la moza está, efectivamente, bastante apetecible y que, aunque ya tiene una edad, qué duda cabe, una cosa no quita la otra, supone, así que la invitará a salir en cuanto salga del coma, porque para él la diferencia generacional es lo de menos cuando el amor es de verdad.