Se van a ir pronto a casa porque nadie entra en la juguetería desde hace horas. Cerrarán con llave la puerta blindada de la tienda y voltearán el cartel de Abierto para que muestre Cerrado y se dirán adiós. Es posible que él carraspee y hasta que ella se muestre preocupada, pero no abrirá la boca. De lo que ninguno se dará cuenta, ni siquiera en el recuento previo de lo que dio la jornada de sí, antes de apagar la luz de la mesilla e irse a dormir, será de que se han dejado a la niña.
La niña se había detenido a contemplar un juguete y ahora es la dueña del castillo. Eso piensa. Hasta que se apagan las luces y el castillo de princesa ya no es un lugar acogedor. Qué almenas tan puntiagudas. Y qué decir del trenecito y su cuerda que asemeja una serpiente.
Encuentran a la niña acurrucada debajo del mostrador. Apenas abre los ojos cuando los ve entrar. Ha dormido asustada pero no tanto. El escudo de He-Man, al fin y al cabo, el que lleva bien agarrado, sea de noche o de día, sigue siendo un escudo.
Ella le regala una muñeca que, al pulsar un mecanismo a la altura del estómago, recita que te quiere, mientras él carraspea a su lado sin atreverse a tocar la cabecita de la niña.