Lo cierto es que él no tenía dónde ir, pero eso no le importaba. Había dormido en los caminos, a la sombra de lo que quiera que hiciese sombra, y un día, así como quien no se había movido del sitio, se encontró con que estaba frente a la puerta de la Sole, y qué mala suerte, conste.
Esperó muy cauto él a que se hiciera de noche y se coló por los ventanales, encontrando a su Sole querida enfrascada en una discusión amorosa con el otro, y se dijo, “esta vez si que sobro”, y se marchó al puerto, y por una miseria se embarcó en un barco, y cuando estuvo a punto de estirar la pata, vislumbró Chipre, y con un suspirito abandonó este puto mundo, el mundo, que no hay quién lo entienda, el de la Sole, el del otro y el de él, qué remedio, el marido de la Sole, a la que de novios invitó a un crucero, y tuvieron que desembarcar en Canarias, que para tanto no daba el dinero.