Estoy sentado en el columpio bajo los manzanos, dejando que mis pies descalzos rocen el césped. Puede que hoy vengan a recogerme, aunque mi padre dice que no me haga ilusiones. Que vendrán si quieren. Que nadie les obliga. Mis pies descalzos rozan el césped y yo espero. Apenas siento el cosquilleo del césped porque siempre voy descalzo y las plantas de los pies se me han endurecido. El verano se está acabando y pronto comenzarán las clases. La verdad es que estoy cansado de este columpio y de que los días pasen y al despertarme sea otra vez el mismo día. Mi padre me dice que vaya con él a pescar, aunque sabe que odio pescar. Mi padre se sienta y se pone a leer mientras esperamos que algún barbo común pique el anzuelo. Casi siempre volvemos con la cesta vacía y sin nada extraordinario que contar. Mi padre también me dice que hay un montón de libros y revistas que se han ido acumulando en la casa y que no se decide a tirar. Que podría echarles un vistazo. O hacer una hoguera.
La sombra bajo los manzanos hace soportable el calor a esta hora. Por las noches hasta hace un poco de rasca y es agradable taparse con las sábanas.
Una camioneta cruza el horizonte y cerca del vallado unos excursionistas de la tercera edad se detienen para consultar un mapa que acaban de comprar en la gasolinera. Probablemente pasaré otra tarde solo y sentado en este columpio que se estrecha cada año.
La abuela me llama para que desayune, pero yo no tengo hambre. Le grito que no tengo hambre. Que ya comeré. Que no se preocupe. La imagino sentada en el tresillo. Las persianas bajadas casi del todo para que no entre el calor, que es como un gato que se te acurruca en el regazo cuando no quieres saber nada del gato.
Los ojos cerrados de mi abuela. No sabes si duerme. A lo mejor se muere.
Me bajo de columpio y me acerco al camino pedregoso, dejando atrás el aroma del césped que cortó mi padre al amanecer. Me agacho para recoger un montoncito de piedras. Los excursionistas discuten sobre qué ruta seguir. Les diría que no cojan el sendero convenientemente indicado. Que no merece la pena, aunque no les digo nada porque veo que ya vienen a recogerme y les arrojo el montoncito de piedras.